29 mar. 2024

Vuelo inmortal

Mario Rubén Álvarez

E l sueño de Pablo Ríos –músico y compositor nacido en Pilar el 30 de setiembre de 1966– era conocer en persona a Herminio Giménez. Había escuchado sus obras, conocía su vida y sus andanzas, sabía cuán inmenso era en el firmamento musical paraguayo. Por eso esperaba que la vida, alguna vez, en alguna encrucijada, le permitiera acercarse a quien admiraba profundamente desde la distancia.

Pablo, a fines de 1987, como tantos otros compatriotas, se vio obligado a emigrar. Recaló en Resistencia (Argentina) para estudiar Ingeniería en Sistemas.

“Estando allí, los paraguayos que como yo vivían en esa ciudad, le invitaron al maestro. Vino con su bandoneón, actuó, pero no pude tomar contacto con él, lastimosamente”, recuerda desde Pilar Pablo Ríos.

Sin saber que el azar pronto le iba a dar la mano para cumplir su sueño, el joven estudiante acudía a clases y andaba siempre con su guitarra, cantando. En realidad, la gran pasión de su vida era la música. Y a medida que transcurría el tiempo, cada vez su certeza de que ese era su camino se iba acrecentando.

“Conversando un día con un amigo, Manuel Flores –técnico y empresario del ramo de la refrigeración, de Resistencia–, casado con mi compueblana Aura Fretes, apodada “Negra”, me dijo que ellos eran muy amigos de Herminio Giménez y que ya, oportunamente, me iba a presentar a él”

Pasaron los días, acaso los meses. Y cierta mañana, que a esta altura Pablo recuerda como feliz, Manuel le pidió a su amigo pilarense que lo acompañara a Corrientes para traerle a un viejecito, tío de su esposa, para venir a celebrar el cumpleaños de ella.

“Al llegar frente a un edificio de departamentos, me pidió que fuera a tocar el timbre del 2B mientras él revisaba por qué se estaba recalentando el motor de su camioneta. Lo conocía bromista, pero ni me imaginaba la trampa que me estaba tendiendo. Toco el timbre y me responde la voz de un hombre mayor que ya va a bajar junto a nosotros. Al rato se abre la puerta y aparece nada más y nada menos que el maestro Herminio Giménez con su bandoneón. Casi me desmayé”, rememora.

Mientras tanto Manuel, con su vehículo en perfecto estado, se moría de risa hasta las lágrimas a unos metros de los dos que empezaban a conocerse.

Herminio, paternal, le preguntó al muchacho, que por entonces lucía una larga melena enrulada, su nombre, su procedencia y su oficio. Cuando le dijo que es pilarense no le creyó demasiado. “Yo pensé que eras ruso o algo así y que tu apellido era Servisky”, le dijo ya entrando en confianza.

Pablo le contó que era guitarrista y que cantaba. Para qué. Al llegar de vuelta a la casa de Manuel y Aura en Resistencia, se pusieron a tocar polcas, tangos, valsecitos, chacareras, milongas, zambas y cuantos ritmos encontraran a mano.

“Nos fuimos haciendo amigos. Integrando su conjunto, actuamos en Pilar los días 8, 9 y 10 de octubre de 1989. Él ya podía entrar al Paraguay sin problemas porque la dictadura ya había caído. Formé parte de la última conformación de su conjunto Punta Porã”.

De esa relación fraterna nació, en 1990, en Resistencia, la guarania Vuelo inmortal, dedicada a Herminio Giménez.

“En 1991 fui a Buenos Aires por un rato y me quedé 17 años para volver luego a radicarme en Pilar. En 1994, la Asociación Guarani’a de la capital argentina convocó a un concurso de composición. Yo presenté esta obra. Y el jurado, encabezado por Óscar Cardozo Ocampo, me dio el primer premio”, termina de contar Pablo Ríos.

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