La voluntad política —ese sí para emprender, sostener y concluir acciones relevantes a favor de la sociedad— es la más débil que existe en el país.
No hay discurso que se precie de importante que no la incluya en algún párrafo. Es un comodín demagógico que sirve para todo, pero también para nada.
Para todo, porque entra como una cuña en cualquier parte; para nada, porque carece del respaldo de los hechos.
La voluntad política se pone en marcha cuando los que ejercen el poder deciden iniciar un proceso con el propósito de derrotar un problema perfectamente identificado y definido.
A partir de esa piedra angular, se mueve la compleja maquinaria de acciones que apuntan a lograr consensos interpoderes e interinstitucionales que miren al cumplimiento de los objetivos.
La premisa de la que se parte es que no hay resultados duraderos y sustentables si es que las distintas fuerzas políticas y sociales no operan a favor del bien deseado.
A menudo, la voluntad política es interpretada como la decidida acción de un sector del gobierno —compuesto por los tres poderes del Estado—, para alcanzar un fin.
Su resultado, a la larga, es el fracaso porque la multiplicidad de aristas de la realidad requiere de la intervención eficaz de varios sectores.
La falta de voluntad política entendida como aglutinación de voluntades con un propósito contundente es lo que hace que el problema de la gente expulsada de las riveras sea cada vez más grave.
Si los gobiernos posteriores a la caída del dictador Stroessner hubiesen encendido el motor de una voluntad política que sumara inteligencias, esfuerzos, recursos y ganas, la cantidad de damnificados por la creciente, a esta altura, hubiera sido mucho menos significativa.
La Municipalidad de Asunción, en la administración Filizzola, planteó una respuesta global para la Capital. La puja entre el gobierno local y el nacional terminaron arruinando el proyecto.
Lo que allí faltó es una voluntad política en el verdadero sentido de las palabras. Sin ese componente esencial que mira el beneficio de los ciudadanos y no de los politiqueros de décima, todo terminó derrumbándose.
Para que esta breve reflexión abarque un aspecto más, es bueno recordar que así como en educación hay un currículum oculto —aquello que no se dice, pero que en la práctica conduce los hilos de la realidad—, también hay una voluntad política que opera por complicidad y omisión consciente.
Si disminuyera sensiblemente la cantidad de inundados, ¿a quiénes ahogarían con sus mentiras los políticos en tiempos de elecciones?