Antes, cuando alguien se mostraba desnudo, se decía que había exhibido sus vergüenzas.
El proceso inédito que vivimos con esta reacción ciudadana tiene un notable valor cívico porque por primera vez hay una reacción a algo que era conocido, pero se convivía de manera pacífica y normal con él.
Hoy los escrachadores perturban la paz de ellos, sus familias, amigos, cómplices y encubridores. Todos están bajo la mira y deben asumir sus responsabilidades. Antes era imposible cuestionar a nadie porque la respuesta era: “No te metas con mis corruptos, que yo no lo haré con los tuyos”. Este malestar ante las desvergüenzas está atacando las fronteras de la inmoralidad como nunca antes habíamos sentido y está: muy bien.
Se parte de la idea de que las instituciones, muchas de ellas como la Justicia, Aduanas o el Congreso están funcionando con los faroles rojos prostibularios de día y noche mofándose de aquellos que pretenden que fuera una cosa distinta.
Los administradores de justicia han sido puestos en evidencia como nunca y la sociedad espera gestos de reivindicación que los coloque donde deberían estar y no como cómplices de la corrupción.
El Ejecutivo debe comprender este mensaje y revisar los nombramientos en sensibles cargos donde el dinero de todos puede estar en peligro debido al prontuario de varios de ellos. Ya no podemos darles el beneficio de la duda ni la presunción de inocencia hacia quienes ya vienen de serios cuestionamientos cuando de administrar la hacienda pública se trata.
Debemos ser menos ingenuos y dejar de creer en la idea que pudieron haberse arrepentido de sus actos y que aún pueden ser útiles para el país. No hay perdón sin enmienda y sin penitencia. Díaz Verón está preso en un centro militar porque cree que su vida corre peligro en Tacumbú, cuando quienes han sido beneficiarios y víctimas de sus actos están todos en la calle.
La Corte, previendo la posibilidad de que alguno de ellos pase por lo mismo, ya ha sentado jurisprudencia de que reos de ese nivel no pueden compartir el mismo sitio donde el 80% de los reclusos no tienen condena justamente porque tanto fiscales como jueces no hacen la labor que debieran.
El ex fiscal compartirá su tiempo ahora con los 13 marinos acusados de violar a una niña en un hecho vergonzoso para los uniformados y sin ellos. No sabemos si esos compañeros de celda son menos bravos que los presos sin condena que rumian odio y venganza en esa universidad del crimen que es Tacumbú. Solo él nos lo podrá contar
Nuestras vergüenzas sociales están siendo exhibidas a la claridad y a los ojos de todos. Dependerá ahora de la voluntad de quienes no pretenden pasar por lo mismo, pero por sobre todo de la presión ciudadana para que hechos de este tipo no sean tan frecuentes y normales que finalmente sea imposible vivir sin ellos.
El tiempo nos dará la razón acerca de si fue solo un viento de agosto que sacudió la modorra cívica de nuestro pueblo o si estamos ante casas destechadas, honras trituradas, estructuras caídas y la urgente necesidad de reconstruir un nuevo país donde la deshonra junto con la desvergüenza nos sigan postergando como sociedad y multiplicando la pobreza cívica.
Las vergüenzas están ahí, si las cubrimos entre todos volverán a lo mismo. Si cambiamos con sus experiencias estaremos seguros de que esta gran épica ciudadana sirvió para cambiar definitivamente el Paraguay que nos tocó vivir y transformar.