El Gobierno socialista cotiza cada petro en unos 60 dólares. El pago especial de Navidad y Fin de Año es de medio petro, lo que equivale a unos 30 dólares, en un país en crisis que arrastra seis años de recesión, con una inflación que el FMI proyecta en 200.000% para 2019 y donde el salario mínimo de poco más de seis dólares por mes.
Sin embargo, la usabilidad de la moneda virtual es limitada. Según cifras oficiales, solo unos 4.800 comercios están habilitados para recibir este criptoactivo.
HUMILLACIÓN. ”Es una humillación, una burla al pueblo, más que todo a nosotros, las personas de la tercera edad (...) No tenemos la resistencia para estar en una cola cinco, seis o siete horas”, dice Díaz, mientras espera para entrar en un supermercado de Caracas.
Los petros pueden transarse por productos con un sistema biométrico que registra huellas digitales para ejecutar los pagos y también con una aplicación para teléfonos móviles. Son canjeables por bolívares –la moneda local– en sistemas electrónicos de la banca, pero únicamente por subastas. Si no aparece quien puje, como le pasó a Leonor, los petros son devueltos a las cuentas bancarias de los usuarios tras el descuento de una comisión.
Filas kilométricas para comprar alimentos han sido habituales por años en Venezuela, pero se hicieron menos comunes en los últimos meses en la medida que la escasez retrocede con la flexibilización de controles de cambio y precios.
“El petro es una maravilla y un milagro (...) Es una nueva experiencia única y extraordinaria”, celebró Maduro en un mensaje en Twitter.
Especialistas como Asdrúbal Oliveros, no obstante, ni siquiera consideran el petro una auténtica criptomoneda. “Es un adefesio”, apunta el director de Ecoanalítica.
Oliveros critica que quiera imponerse “a la fuerza” en un contexto de “hiperinflación” y “cero confianza”. Así, agrega, “el resultado es que la mayoría no quiere petros y los adultos mayores y empleados públicos sufren las consecuencias”.