Países con mayor infraestructura, logística y capacidad de lobby están consiguiendo con más rapidez las primeras vacunas, mientras Paraguay y otras naciones pequeñas quedan, una vez más, como el furgón de cola en la búsqueda de la tranquilidad, frente a la crisis sanitaria que se vino a agregar a otros desajustes estructurales.
Se habló últimamente de que en febrero próximo estarán llegando las primeras cantidades para intervenir en la franja de quienes están en la primera línea de lucha.
En medio de los desaciertos gubernamentales en el manejo de la pandemia, y del relajamiento generalizado de los ciudadanos ante el riesgo real de contagio, el público asiste diariamente al festival de ollas destapadas y trapitos al sol que salen a la luz sobre los entuertos y manejos discrecionales de los recursos públicos.
La deshonestidad sigue su curso como si no hubiera desgaste económico y emocional pandémicos en la población; se dilapida dinero estatal en obras de dudosa ejecución; mientras el erario público no llega en toda su magnitud a destino para paliar la insolvencia de los más vulnerables, porque algo siempre queda en el bolsillo de los avivados intermediarios de siempre, formando una cadena de aprovechadores, ninguno de los cuales rinde cuenta de sus actos.
La rosca de las licitaciones para aminorar el impacto adverso hacia el sistema sanitario tiene –en realidad– un efecto no deseado, ya que muchas adjudicaciones están amañadas y con sobrecosto; a la par de seguir generándose más gasto de poca calidad en las esferas públicas, cuando la prioridad es destinar recursos al salvataje de los famélicos centros de atención hospitalaria con que cuenta el país.
Con este escenario, emerge sin dudas la idea centrada en la tristemente célebre jerga popular: “Nos están vacunando”. El manto de impunidad con que se cubren altos funcionarios del Estado, quienes se amparan en minimizar las consecuencias del desatino en sus decisiones o en las jugarretas para delinquir, es el reflejo de lo que diariamente puede observarse en los medios de comunicación y en las redes sociales, con hartazgo de la gente común.
Es evidente que si otro hubiera sido el escenario envolvente, habría una mayor cantidad de manifestaciones en las calles; tal vez no para tumbar al gobierno, pero sí para generar mayor presión al estamento público. Los reclamos, quejas y plagueos varios se centran mayoritariamente en el mundo digital/virtual, ante la imposibilidad de concentración en la vía pública.
Ciertamente, hay quienes priorizan la búsqueda desesperada de estipendios para alcanzar el mes, se desmarcan de su rol ciudadano de exigir y dejan fluir el estoicismo sempiterno, ya que “da lo mismo” lanzar la voz crítica que no hacerlo, ante tamaña decepción.
Ya sabemos que a mayor debilidad en el control ciudadano, más lubricado se perfila el engranaje de la corrupción en el Estado; lo cual es amparado también por su contraparte privada en el incumplimiento de los deberes tributarios o en el festival de las licitaciones fraudulentas.
La sistemática “vacunación” que se ejerce desde el poder a gran parte de la ciudadanía de a pie, al hijo de vecino, a gente como uno, continuará indefectiblemente en la medida en que hayan menos voces críticas y que razonen en la búsqueda del bien común, para que sean respetados los derechos y se castigue a los funcionarios antipatriotas, con el fin de que el país se encamine hacia el bienestar… Y eso es independiente al proceso de llegada de la otra vacuna.