Vieron ingresar a prisión a un ex fiscal general, un diputado y a un todopoderoso senador. Un par de legisladores renunciaron para salvarse de esto, aunque es improbable que no terminen como los otros.
Los políticos tradicionales están confundidos y no logran entender el malestar que crearon a lo largo de años de corrupción y desgobierno. Están cosechando lo que sembraron. Sus viejos amigos fiscales y jueces ya no les pueden ser funcionales como siempre y estos tímidamente realizan la tarea de limpiar la cloaca a cielo abierto de la política paraguaya.
La reacción del Ejecutivo es dejar hacer y dejar pasar, aunque con los nombramientos recientes el escrache estará llamando a sus puertas en poco tiempo. Este es un malestar contra el Gobierno integrado por los tres poderes del Estado. Empezaron con los legisladores y no pararán hasta el final, de eso no me caben dudas.
Es positivo por donde se lo mire para una democracia llena de formalidades y precarias condiciones. Hay un despertar ciudadano indudable y todavía puede el sistema corregirse, aunque desde adentro estén buscando fórmulas para acabar con lo que ellos califican como “una pesadilla democrática”. La gente en la calle sabe hoy más que nunca de su poder y no aflojará a pesar de la falta de medios y los lentos procesos judiciales.
Se instaló la idea de que este sistema no da más y debe ser cambiado con urgencia. Si la presión continúa se verán forzados a convocar a una Constituyente, pero con nuevas reglas de juego electoral o harán que el presidente asuma la conducción de un nuevo país donde no habrá espacios para las prebendas, canonjías o delitos sin sanción.
La Justicia no podrá seguir igual, aunque cambien y procesen a algunos ministros de la Corte. La Fiscalía tampoco y menos la auxiliar de la Justicia en teoría: la Policía. Cuando un sistema cruje nadie está a salvo y menos los pilares que lo sostienen.
Es un nuevo tiempo y la vieja política afortunadamente la padece más que ninguna. No hay argumentos formales como el haber sido electo por el pueblo para terminar preso o renunciante ante la presión ciudadana. No hay más espacio para mecanismos dilatorios en la Justicia y aunque los detenidos todavía puedan ser beneficiados por centros de reclusión distintos a Tacumbú, eso tampoco durará mucho.
Hay que comenzar a diseñar el nuevo Estado paraguayo. Este que tenemos ha llegado a su fin y es preciso darle una salida democrática a esto que si no puede bien ser el inicio de un retroceso político porque sostener la vieja fórmula es absolutamente imposible.
El Ejecutivo con sus nombramientos desafortunados está provocando la ira ciudadana y también irán por él.
La tormenta cívica no parará, por lo que habrá que convocar a nuevos actores que permitan proyectar una democracia de oportunidades, liderazgos éticos y ciudadanía comprometida. Lo que tenemos ahora es todo lo opuesto, por lo que una buena porción de creolina, cintarazos y puñetazos sigue siendo completamente necesaria, urgente y útil.