18 may. 2025

Santísima Trinidad

Después de haber renovado los misterios de la salvación –desde el nacimiento de Cristo en Belén hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés–, la liturgia nos propone el misterio central de nuestra fe: la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios.

El Antiguo Testamento proclama sobre todo la grandeza de Yahvé, único Dios, creador y señor de todo el Universo. Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario y la llamada a participar en él.

Por ser el misterio central de la vida de la Iglesia, la Trinidad Beatísima es continuamente invocada en toda la liturgia. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu fuimos bautizados, y en su nombre se nos perdonan los pecados; al comenzar y al terminar muchas oraciones, nos dirigimos al Padre, por mediación de Jesucristo, en unidad del Espíritu Santo.

Muchas veces a lo largo del día repetimos los cristianos: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

La paternidad y la filiación humanas son algo que acontece a las personas, pero no expresan todo su ser. En Dios, la paternidad, la filiación y la espiración constituyen todo el ser del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Desde que el hombre es llamado a participar de la misma vida divina por la gracia recibida en el Bautismo, está destinado a participar cada vez más en esta vida. Es un camino que es preciso andar continuamente. Del Espíritu Santo recibimos constantes impulsos, mociones, luces, inspiraciones para ir más deprisa por ese camino que lleva a Dios, para estar cada vez en una “órbita” más cercana al Señor.

El papa Francisco al respecto del evangelio de hoy, dijo: “Lo llama precisamente “Espíritu de la verdad” y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección. A los apóstoles, incapaces de soportar el escándalo de la pasión de su Maestro, el Espíritu les dará una nueva clave de lectura para introducirles en la verdad y en la belleza del evento de la salvación”.

Asimismo, se extracta lo dicho por el Sumo Pontífice en ocasión de la Audiencia General del pasado miércoles: “Deseo detenerme con vosotros hoy en la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro.

Hay un particular en la parábola que cabe señalar: el rico no tiene un nombre, sino solo el adjetivo: «el rico», mientras que el del pobre se repite cinco veces, y «Lázaro» significa «Dios ayuda».

Lázaro, que se halla ante la puerta, es una llamada viviente al rico para que se acuerde de Dios, pero el rico no acoge esta llamada. Será condenado por lo tanto no por sus riquezas, sino por haber sido incapaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo.

En la segunda parte de la parábola, reencontramos a Lázaro y al rico tras su muerte. En el más allá la situación se ha invertido: el pobre Lázaro es llevado por los ángeles al cielo con Abraham, el rico en cambio cae entre los tormentos. Ahora el rico reconoce a Lázaro y le pide ayuda, mientras que en vida fingía no verlo. –¡Cuántas veces mucha gente finge no ver a los pobres! Para ellos los pobres no existen– ¡Antes le negaba hasta las sobras de su mesa, y ahora querría que le trajese algo para beber!

A este punto, el rico piensa en sus hermanos, que corren el riesgo de tener el mismo final, y pide que Lázaro pueda volver al mundo a advertirles. Pero Abraham responde: «Tienen a Moisés y a los profetas, que les oigan». Para convertirnos, no debemos esperar eventos prodigiosos, sino abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar a Dios y al prójimo...”

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, http://es.catholic.net/op/articulos/17934/la-santsima-trinidad.html y https://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2016/documents/papa-francesco_20160518_udienza-generale.html).