Entonces, evidentemente, no es solo mandar presos a los asesinos, ladrones, corruptos, violadores y demás subdivisiones, sino que el Estado deberá lograr este objetivo constitucional que es el de readaptar a los condenados para vivir nuevamente en la sociedad.
Hay que reconocer que esto es bastante difícil por el hacinamiento de nuestras cárceles, donde con el abuso de la prisión preventiva de los jueces tenemos prisiones al tope de su capacidad o sobrepasadas. Es más, incluso, están construyendo más reclusorios para albergarlos a ellos, y a los nuevos reclusos.
Pero, dentro de toda esta dura realidad de la que no podemos escapar como país, donde se violan los derechos humanos más básicos, creo que se debe resaltar también lo bueno que se hace por las entidades encargadas del Estado.
Es así que, dentro del plan de reinserción social, el Ministerio de Justicia contó la historia de “Arnaldo”, un hombre de 38 años condenado a 25 años de cárcel, que se encuentra privado de su libertad en el Centro de Rehabilitación Social (Cereso) de Encarnación.
Es interesante. Pese a que su sentencia es bastante alta, ahora “construye su nueva vida con el trabajo de herrero en un espacio que también aprovechó para capacitar en el oficio a otros diez compañeros y así aprendan a valerse por sí mismos”.
La información da cuenta de que “dentro de la penitenciaría Arnaldo afloró un costado solidario y fue entrenando a unos diez compañeros en herrería, algunos entrados en adicción a las drogas o sin saber qué hacer”.
Incluso, el protagonista aconseja: “No importa lo mucho que parezca complicada la vida, todo puede cambiar y el método es valerse de uno mismo y planificar”.
Su historia es un canto de esperanza para sus compañeros; aunque parezca una frase cliché, es cierta. Hace que podamos ver con otros ojos también a estas personas. El ejemplo que da a sus compañeros puede producir un cambio de costumbres en ellos, y creo que lo que está realizando dentro del penal puede ser replicado por otros.
También tenemos muchos otros ejemplos del trabajo de reinserción, tales como que confeccionan prendas para los cocineros y los chefs personalizados, fabrican termos, guampas, la marca penitenciaria Muã, actualmente Latente, que tienen una muy buena aceptación, según la Secretaría de Estado.
Ahora bien, mirando desde otra óptica, creo que debemos reconocer que alguien que estuvo en reclusión siempre es marginado, excluido, rechazado. La discriminación que tenemos se da muchas veces hasta de manera subconsciente. Desconfiamos directamente y nos da miedo saber que estuvieron presos.
Sin embargo, debemos cambiar nuestra mentalidad. Algunos creen que las personas que cometieron delitos deben sufrir por lo que hicieron. “Sufrir el mal de la pena por el mal del delito”, lo que tiene como antecedente la famosa ley del Talión, que es una mirada vengativa como sociedad.
No obstante, el objetivo de protección de la comunidad ya se cumple cuando los recluimos. Ahora tenemos que cumplir el otro objetivo que es el de readaptarlos, de convencerlos de que cambien de vida.
Ya que tenemos el pensamiento de que si una persona no va presa no hay justicia, creo que tenemos también que apuntar a que si va presa, por lo menos que se regenere, y no salga peor que antes, como ya hay muchos ejemplos.
Ojalá que haya muchos otros “Arnaldos” que nos den un ejemplo de que en la adversidad también se puede cambiar para bien. La readaptación es una forma de prevenir los delitos.