Cada uno abrió el cuaderno, se concentró en la hoja en blanco, y empezó a escribir con el bolígrafo, levantando cada tanto la cabeza gacha, para mirar distante, con ese gesto de quien hurga en su propio pensamiento, antes de volver a la página vacía para plasmar sus ideas.
No recuerdo que habré escrito. Solo sé que el profesor fue escogiendo al azar a algunos para que leyésemos el texto. Cuando me tocó a mí y terminé de leer el mío, el profesor hizo este comentario: “¡Muy bien!, fondo y forma, ¡excelente!”.
Esa frase no he olvidado porque fue providencial. Estaba a punto de abandonar la facultad, no me sentía con el talento ni los conocimientos suficientes para convertirme en periodista. En realidad fue una crisis de vocación provocada por una fuerte decepción de lo que yo esperaba que fuera la universidad, aunque también había tomado conciencia de que la educación que recibimos en el colegio había sido bastante deficitaria y esto significada ir cuesta arriba.
En esa época no teníamos computadora, ni cámaras, ni teléfono móvil, ni tableta, ni internet, ni Google. Apenas algunos libros en la raleada biblioteca de la facultad que, algunos de mis compañeros y yo, suplíamos prestando libros de la biblioteca Roosevelt y otras pocas que existen en Asunción.
Aquella contundente frase del profesor de Redacción desalentó mi intención de dejar Periodismo. Decidí redoblar esfuerzos y continuar contra viento y marea. Comenzando por la oposición en la propia familia que siempre esperó que fuera médica, arquitecta o, de última, abogada. Pero periodista, no.
Intento rescatar de mi memoria qué pude haber escrito para que un profesor lo valorara tanto, y no recuerdo, sino trazos borrosos de expresiones tipo “quiero servir”, “quiero estar en el lugar donde ocurre algo y contar a la gente”. Aspectos estos que ciertamente hacen a la profesión, pero que no son suficientes porque tienen que cultivarse con conocimiento, con capacitación continua, viajes, discusiones entre pares sobre los valores que elevan la vara que mide la excelencia profesional, la calidad informativa y que ayudan a comprender una cuestión tan elemental como el que el valor que define al periodismo es la verdad. La búsqueda de la verdad es su razón de ser. Como la justicia para el abogado, y salvar vidas, para el médico.
Hoy, recordamos el Día del Periodista, y lo hacemos en coincidencia con la etapa final de un largo proceso electoral que, por su particularidad, ha impactado negativamente en parte del periodismo paraguayo. Particularmente por acción de algunas personas que usan el periodismo para hacer apología del odio, de la mentira, de los ataques inmisericordes y que, por tanto, lejos están de una conducta respetuosa y creíble. Lo que exige en tiempos electorales no tomar partido ni hacer propaganda cuando de dar la información se trata. Menos aún, publicar algo que conscientemente se sabe que no es cierto. Así es como la verdad se pierde y el perjudicado es el ciudadano. Es tanto el daño que hacen los que no tienen claros los principios en los que se encuadra el periodismo, que en estos instantes, como consecuencia, la propensión es meter a todos los periodistas en la misma bolsa.
Si aquel profesor que tres décadas atrás nos preguntó por qué queríamos ser periodistas, formulara ahora esa misma pregunta a esos que usan los medios de comunicación para hacer de jueces, fiscales, sicarios informativos, haters, mercenarios o que llevan años en esto sin ajustarse a regla alguna, seguramente quedaría pasmado con las respuestas. Constatará que ni remotamente consideran a la información un bien público al que le son connaturales los requisitos de independencia y pluralismo y que el cometido de la prensa es buscar la verdad.