23 dic. 2025

Por Navidad, quiero

En estos días, donde el olor a chipa caliente se mezcla con los villancicos y las calles se visten de luces y prisas, las madres y las que cuidamos y amamos corremos en busca del regalo perfecto.

Juguetes para las criaturas, ropa para estrenar, electrodomésticos para las mamás, cualquier cosa que, cubierto con papel brillante y un lazo, lleve consigo una promesa de alegría.

En medio de este bullicio propio de diciembre y los ecos del aguinaldo que no alcanza para todos, vale la pena detenerse a pensar: ¿cuál es el regalo más valioso? Hay uno que deberíamos renovar y celebrar con más ahínco que cualquier objeto, es el compromiso inquebrantable con los derechos humanos.

Los derechos humanos son el regalo colectivo que nos debemos los unos a los otros, no por bondad, sino por justicia. No están bajo el arbolito, sino escritos en nuestra Constitución Nacional y en tratados internacionales.

Son la garantía de que cada paraguayo y paraguaya, más allá de su apellido, su barrio o su cuenta bancaria, posee una dignidad inviolable (aunque a veces se nos olvida).

El derecho a la vida, a la salud, a expresarse libremente, a no ser discriminado, a un juicio justo; esta no es una lista de deseos idealista, es el manual de instrucciones básico para una sociedad que aspire a ser decente. En un país con heridas históricas, donde aún luchamos por tierra, justicia y memoria, defender estos derechos es la única manera de asegurar que los abusos del pasado no se repitan y que las desigualdades del presente no se eternicen.

Sin embargo, en la vorágine navideña, corremos el riesgo de envolver en un incómodo silencio realidades que gritan.

Mientras preparamos la mesa abundante, no podemos ignorar a quienes su plato sigue vacío. Mientras celebramos en familia, debemos recordar a quienes lloran la pérdida de un ser querido por la violencia o la negligencia.

La Navidad, con su mensaje de esperanza y amor al prójimo, es un espejo que nos interpela: la verdadera festividad reside en el respeto irrestricto por la vida y la dignidad del que está a nuestro lado. Un regalo empaquetado pierde su sentido si afuera hay personas violentadas sistemáticamente mientras el estado las ignora.

Por eso, en esta Navidad que ya llega todo, propongo añadir a nuestra lista de regalos un compromiso activo. Regalemos, más allá de un objeto, nuestra voz para denunciar la injusticia, nuestra solidaridad para con el vulnerable, y nuestra memoria para no olvidar a las víctimas.

Exijamos a nuestras autoridades, como un reclamo ciudadano unánime, que los derechos humanos no sean solo un párrafo bonito en los discursos cuando queremos ganar puntos con la opinión pública internacional sino la brújula de todas las políticas públicas. Que la protección de los más frágiles sea la prioridad real, el “espíritu de la Navidad” hecho acción concreta los 365 días del año.

Que esta época de luces ilumine también nuestras conciencias. El mejor regalo que podemos darnos como nación es despertar en enero, una vez apagados los árboles y guardados los pesebres, con la firme determinación de trabajar, cada uno desde su lugar, por un Paraguay donde la dignidad no sea un privilegio festivo, sino un derecho cotidiano, garantizado y defendido por todos. Ese es el Paraguay que, de verdad, valdría la pena celebrar.

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