A ver, me explico. La visión que tenemos de los hechos que ocurren no siempre es la realidad. Cuando una persona es detenida por un hecho punible, si los medios la presentan como culpable antes del juicio, directamente pensamos que es el autor del hecho, porque es lo que nos cuentan.
Y esto hace que, por más pruebas que existan a favor, por más argumentos que se den en el juicio oral, pensamos que está mal. Ni siquiera nos molestamos en escuchar los motivos por los que se toma cualquier decisión.
Esta percepción de las cosas en forma prejuiciosa y equivocada hace que, por lo general, pensemos que si una cosa termina de una manera diferente a lo que nosotros entendemos, algo falló y, necesariamente, la cuestión fue turbia.
Es lo que pasó en el caso de la joven Araceli Sosa, quien estuvo presa por el quíntuple homicidio en la casa del horror, sometida al escarnio público, donde la llamaron asesina, cuando al final la Justicia determinó que era inocente porque no había pruebas en su contra.
En aquella ocasión, varias personas, especialmente mis colegas, resaltaron que no se respetó la presunción de inocencia. Se la presentó como culpable aun antes de haber una sentencia. Varios hicieron mea culpa después.
Sin embargo, pasaron pocas semanas, y volvemos a lo mismo. Es que parece que depende de la persona para que tenga o no el derecho a la presunción de inocencia, y esto no debe ser así.
Lo peor es que ni siquiera seguimos un juicio oral, no escuchamos a los testigos, ni vemos las pruebas, y mucho menos analizamos los argumentos de los jueces, y ya opinamos como los mejores juristas del planeta.
Es más, se critica que algunos hablemos de la Constitución. Y me pregunto, ¿de qué hablaríamos? ¿Acaso no es la ley madre? ¿’Acaso de ahí no derivan todas las otras leyes? ¿No están ahí nuestros derechos y obligaciones? Creo que a veces no hace falta ser muy avezado en otras leyes, si se conoce bien la Carta Magna.
Otros dicen que ser lego en temas judiciales da una ventaja de tener una percepción más cercana a la gente común. No obstante, esa visión que tiene la gente común es la que le dan los medios de comunicación. Y si el procesado ya tiene una sentencia previa en la prensa, es difícil que la gente piense de manera diferente.
Es cierto, hay que reconocer que nuestra Justicia es mala. Que tiene sus luces y sombras, que su credibilidad está por el suelo. Pero, por lo menos, démosle el beneficio de la duda. No todo está mal. No puede ser que más de 1.300 jueces, y unos 400 fiscales sean todos corruptos. Conozco a muchos que no son así.
Me van a criticar con que no veo la realidad. Que soy un iluso porque no me doy cuenta de la corrupción reinante, de los intereses de los políticos, de las coimas. Sí los veo, pero soy un ferviente defensor de la presunción de inocencia. Soy de los pocos que creen en la ley y que se debe probar el hecho antes de condenar.
Por eso creo que por lo menos debemos escuchar los argumentos antes de opinar, conocer el tema, porque no voy a hablar de medicina o economía, porque no es mi campo.
No digo que uno debe ser abogado para opinar de la Justicia. No quiero que me entiendan mal. Creo que uno debe primero informarse bien para opinar. Nada más.
La percepción que tenemos de la Justicia hace que ni siquiera nos detengamos a analizar los fundamentos de un fallo. Directamente entendemos que hubo coima o corrupción.
La violación de la presunción de inocencia hace que pensemos que la persona es culpable y si es absuelta, hubo algo turbio. Podría ser, pero no siempre es así.