Domingo|9|NOVIEMBRE|2008
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Barack Hussein Obama (47) llegó a la política norteamericana y como un huracán arrasó con todo y cambió la historia de Estados Unidos y el mundo.
Sin dudas, el color de su piel ha sido la noticia más destacada porque con su triunfo aplastante sobre casi dos décadas de agobiante mandato republicano de la mano belicosa de George Bush, su victoria ha sido la materialización de un sueño. Fue el corolario de una lucha que costó sangre y fuego a los afroamericanos. Por eso, algunos prestigiosos diarios han puesto no la foto de Obama, sino la del líder negro más importante de la historia, Martin Luther King, como noticia del triunfo electoral. Su inmortal frase: “Yo tengo un sueño” se ha cumplido.
Obama es un joven demócrata de Illinois, donde incursionó en la política como senador del Estado en 1997. Recién en el 2004 entró a las grandes ligas como senador nacional.
No era muy conocido en su país, hasta que decidió cruzarse en el camino de la poderosa Hillary Clinton, la senadora y esposa del ex presidente Bill Clinton. Nadie pensó que este elegante legislador mestizo de costumbres blancas sería la peor pesadilla para la hasta entonces segura candidata demócrata cuyo nombre ya sonaba como la primera mujer presidenta del país más poderoso del mundo. Porque algo era seguro. La desastrosa administración Bush auguraba la caída de los republicanos.
Obama le disputó a Hillary la candidatura demócrata. La senadora no le hizo mucho caso a su “imberbe” adversario sin trayectoria en los pasillos del poder. Tampoco creía que una sociedad conservadora como la norteamericana aceptaría como presidente a un afroamericano a medias (Barack es hijo de padre negro -keniano- y madre blanca). Para colmo, su nombre evocaba a los norteamericanos a los hombres que más odian en el mundo: Osama Bin Laden y Sadam Hussein. Ser tocayo de ambos le trajo problemas en la campaña ya que sus adversarios quisieron forzosamente encontrar algún vínculo diabólico.
LAS RAZONES. El surgimiento de Barack Obama ha sido muy debatido con sobredosis de polémica, en un país donde la política tiene el glamour de Hollywood y sus personajes actúan como estrellas de cine.
¿Cómo entender la victoria de un novato en la política en el país más poderoso del mundo?
Es que las estrellas se han conjugado para la cristalización de su victoria aplastante.
Hillary Clinton se preparó, quizá más que su marido, para gobernar Estados Unidos. Fue una primera dama de hierro. Se le atribuye a ella la reelección de Bill Clinton. Estoicamente y arriando su bandera de mujer autosuficiente, mordió los labios y aguantó el escarnio público al que la sometió su marido presidente con el escándalo Mónica Lewinsky. Ya entonces ella acariciaba la idea de ser la gobernante. Y se preparó y esperó su tiempo. Nadie duda de su capacidad y su formación para tan alto y delicado cargo. Si Bush estuvo dos periodos, Hillary más que nadie tenía el camino allanado par ganar. Nadie la superaba... hasta que se le oscureció la campaña.
Obama es la lógica consecuencia de un sistema agotado. No por la derrota del Partido Republicano porque en EEUU la alternancia electoral no es noticia. Allí demócratas y republicanos gobiernan por turno.
Obama triunfó ante el hartazgo de los ciudadanos de los Bush y de los Clinton, que gobernaron ese país en las últimas dos décadas.
La gente estaba harta de la política bélica de Bush, del alto costo de una guerra perdida en Irak que, además de la matanza inútil, fue un corrupto negociado para enriquecer más a su vicepresidente Dick Cheney.
La gente estaba harta de los Clinton y de su patética telenovela Lewinsky.
La gente estaba harta de los estrategas y halcones de la Casa Blanca, esa casta que vive en Washington encerrada en su burbuja, decidiendo la vida de los estadounidenses y de millones de habitantes del mundo.
Obama fue el viento fresco que como un huracán derrumbó los mitos, las castas políticas y el desatino de quien confundió la Casa Blanca con una tienda de campaña.
La gente no votó a Hillary porque quería preservar la institucionalidad de la Presidencia. Sabían que su victoria era poner en la trastienda del poder a Bill Clinton. En la Casa Blanca iban a gobernar dos cabezas, como sucede hoy en la Argentina con el matrimonio Kirchner.
La política siempre necesita renovarse. Por eso, surgirán fenómenos como Obama, Lugo o Evo.
A pesar de estos ejemplos contundentes, la clase política sigue sin sacarse la venda de los ojos y cometiendo los mismos errores.
No se dan cuenta de que algún Obama surgirá de las mismas entrañas del partido, o un Lugo, un outsider total, surgirá como expresión de la decadencia de los partidos.