Fue un homenaje al director italiano Ettore Scola, cuya obra cinematográfica musical e histórica italo-franco-argelina (1983) inspiró a la directora, Raquel Martínez a recrearla y adaptarla a una propuesta escénica que contó con música, coreografías y una cercanía con el público muy especial.
Desde el momento en que se entraba al espacio alternativo El Galpón Del Pasaje Molas, el espectador se volvía parte del espectáculo, ya este se acomodaba en las mesas y sillas que formaban parte del bar, donde se desarrollaban las historias.
En la versión de Martínez, el bar era el protagonista y “la excusa perfecta” para hacer surgir tantas historias como noches en sus ficticias paredes, al decir de su directora, “en el bar, incluso la poesía tiene espacio para nacer”.
El público, extasiado por momentos con las escenas, los bailes, las músicas elegidas, hasta coreaban desde sus mesas canciones como La Maldita primavera (Yuri), Rata de dos patas (Paquita la del barrio) o Gloria (Laura Branigan), Non, je ne regrette rien (Edith Piaf) y otras de una excelente lista elegida para acompañar algunos de los relatos o historias que eran expresadas con el cuerpo o canciones, talentos que no necesitaban de palabras.
Un aplauso a los actores, a la directora que tuvo que coordinar elencos diferentes para cada función que, sin duda, dejó mucho en que pensar.