Hasta el propio presidente, recién retornado de un tonto viaje a Londres, luego de inaugurar una placita en Ciudad del Este, tuvo que afirmar que la clase media (¡) también merece comer carne prémium.
Se hundieron en un mar de menudencias, donde la tristemente recordada comisión garrote, la mal parida y con resultados mediocres a la altura de sus miembros, reconoció que no encontraron lo que buscaban: el lavado de dinero.
Claro, si no fueron donde debieron poco podrían hacer juntos Amarilla, Jatar, Soroka y Leite. Se quedaron en menudencias intrascendentes que retrataron el propósito que tuvieron.
Estas cuestiones nos sirven para conocer en verdad lo que piensan algunos de nuestros administradores de ocasión y qué los mueve desde la función que realizan.
Los legisladores como Rocío Abed justifican el bien ganado prestigio de los congresistas que vinieron del Este. Desde los recordados sombreritos, pasando por Portillo, Zulma Gómez, Payo Cubas y ahora la mujer del director de Itaipú, quien desplegó sus plumas de nueva rica ante un partido que reivindica en su discurso la cercanía con el pueblo llano y generalmente pobre por sus malas políticas en el gobierno. Es probable que haya sido un sincericidio y que lo que afirmó es lo que siente de verdad con una vida con ingresos superiores a los 200 millones de guaraníes mensuales o casi 100 salarios mínimos.
No era suficiente con acumularlo, era importante decirlo. Mostrar la diferencia entre la gran mayoría del país y la casta de brahamanes que viven en una nube de privilegios y de ingresos monstruosos. El marido es incapaz de resolver el problema de la propiedad de cinco mil casas de obreros y empleados de Itaipú que viven en pleno centro de la ciudad sin haber pagado un guaraní por dichas casas.
Nadie se anima a reclamarlos ni a echarlos y la ciudad no puede cobrarles el impuesto inmobiliario a unos ocupantes ilegales con salarios o jubilaciones del primer mundo. Está muy mal y es injusto, pero deben exhibirlo para que el pueblo llano sepa con claridad la diferencia entre los que toman cocido y chipa (con suerte) de aquellos que saborean en fila una taza de café latte con cheesecake.
Lo mismo ocurre con el senador Pettengill. No alcanza con ser parte de la rosca vialera la que factura un millón de dólares por kilómetro de ruta construida o que le canta a la vida con una guitarra desafinada proclamando que su curul solo le debe a su dinero y no a los votantes a quienes desconoce ni rinde cuentas. Para este senador, ese pueblo desconocido solo se merece y con suerte 1 kg de puchero de G. 10.000. Ni sueñen con un asado en el país donde la población de vacas supera casi tres veces a la de seres humanos.
No se ruboriza por nada cuando lo afirma ni le molesta que se enojen algunos. Para él, son menudencias. Cortes que nadie quiere comer y que incluso los perros lo rechazan.
No hablemos de los resultados de la comisión garrote donde los impresentables voceros tuvieron que recurrir al insulto para esconder sus 9 tomos y más de 70 páginas de un informe que no encontró nada de lo que buscaban porque no se animaron a preguntar a quienes sabían del tema de lavado de dinero y de afines. Pobres los liberales que votaron por Amarilla y los payistas a Jatar. Leite consiguió, a pesar del fentanilo y el reporte, marcharse a un Washington que ha declarado la guerra a los carteles de la droga y a sus intermediarios. Menudencias podría decir, pero el boje no caerá bien a muchos en un imperio en decadencia.
Librillo, corazón, riñón, hígado, lengua, chinchulín, boje, mondongo... menudencias o achuras que pueden ser sabrosas según cómo se cocinen, pero en política repugnan y vomitan.