“Nací eslovena y me siento eslovena. Eslovenia es mi tierra natal y la de mis sentimientos. A la vez, respeto y estoy agradecida al Paraguay, que es mi patria de adopción. Este pueblo aún no ha perdido el humanismo y la fe”, había expresado Susnik, en el periódico Eslovenia Libre.
Varios son los migrantes que, por motivos políticos o económicos, encontraron su hogar en este pequeño corazón de América Latina. Pero no solamente decidieron vivir largos periodos aquí o pasar los últimos años de sus vidas, sino que volcaron su labor artística, científica o política para desarrollar importantes trabajos en favor de la sociedad paraguaya. Como Rafael Barret y Josefina Plá, con sus destacados aportes a la literatura o, más contemporáneos, Bartomeu Melià e Ysanne Gayet, contribuyendo a la lingüística y las artes, respectivamente.
Branka llegó al país sin planearlo. Huyó de los estragos de la II Guerra Mundial e incluso en ese ínterin, fue apresada. Entonces, discontinuó sus trabajos de investigación, que estaban orientados a las lenguas asiáticas. Sin embargo, en una de las pocas entrevistas que dio, aseguró que en Paraguay encontró la quietud de la vida sencilla y la oportunidad de trabajar científicamente, lo que para ella fue un “revivir” intelectual.
“Ella era una persona con una energía arrolladora, por más que haya sufrido el conflicto bélico y lo que le pasó en su país, con el mariscal Tito”, dice Adelina Pusineri, su secretaria, aprendiz y fiel compañera, refiriéndose al jefe de Estado Josip Broz Tito, de la Federación Socialista en la que se encontraba Eslovenia y en donde instauró un régimen autoritario. Persiguió a opositores y antiguas autoridades, entre los cuales estaba el padre de Branislava, exjefe de Gendarmería, quien fuera asesinado por ser el superior de los oficiales.
Aquellos acontecimientos marcaron su devenir y decidió canalizar sus sentimientos trabajando incansablemente como lingüista, etnógrafa y antropóloga. Susnik arribó a Asunción el 25 de marzo de 1951, con 31 años, y nunca más se fue. Vino por la invitación que recibió de parte del doctor Andrés Barbero –para dirigir el Museo Etnográfico–, quien se enteró de su labor cuando ella estaba en Buenos Aires.
Al año de pisar tierra paraguaya, inició sus viajes de campo. El primero de sus destinos fue el Chaco, en la colonia Fray Bartolomé de las Casas. Allí se encontró con los maká y de esa expedición resultó el material Principios morfológicos de la lengua maká.
Mientras trabajó en ese material, también realizó la mudanza y el ordenamiento de la nueva sede del Museo Etnográfico Andrés Barbero, inaugurado oficialmente en 1956.
La que fuera su habitación en el museo, lugar que se convirtió en su hogar por más de 40 años, guarda intactas sus más valiosas pertenencias: una máquina de escribir, libros y sus manuscritos, con minuciosos detalles bibliográficos para sus trabajos científicos. Su producción intelectual asciende a 77 escritos e incluye vastos conocimientos sobre las diferentes comunidades indígenas que habitaban el territorio nacional.
Científica humanista
“Mi escritorio entre los chamacocos en Puerto Diana. Pero con todo, había vida adentro. La gran inquietud”, escribió al dorso de una de las postales conservadas en el Museo Etnográfico Andrés Barbero. La imagen data del año 1968, en Alto Paraguay, y pertenece a una de sus tantas expediciones de campo. Se puede ver una pequeña y sencilla pieza de madera. Para Branka –como la llamaban sus allegados–, cualquier lugar era ideal para desarrollar su trabajo.
De esas expediciones, la antropóloga Marilin Rehnfeldt resalta su valentía y la austeridad con la cual se manejaba Susnik. A pesar de recibir un fondo de la Sociedad Científica del Paraguay, la doctora detallaba cada gasto que realizaba y trataba siempre de manejarse solo con lo necesario: una cámara, una grabadora y un anotador.
Pero mirando las fotos –que nos muestra con entusiasmo Adelina Pusineri–, no solo se puede notar la sencillez con la que vivía, sino también ese carácter fuerte y humanismo latente, que la hizo adentrarse en recónditos lugares del Paraguay y convivir de igual a igual con pueblos originarios. En algunas se ríe, en otras mantiene el temple serio pero en cada imagen se percibe esa relación forjada a través de la confianza y la camaradería.
“Ella decía que para ir a las comunidades indígenas primero tenías que hablar la lengua, a todo investigador que pasaba por acá le preguntaba si ya leyó o estudió”, comparte Pusineri, agregando la importancia que le daba Susnik a la empatía, ese puente que facilita el acercamiento a la persona que querés entrevistar y con la que vas a trabajar.
Branislava era un ejemplo de lo que predicaba. Cuando se embarcó con rumbo a América Latina no hablaba español –era la única lengua europea que no manejaba–, pero en el viaje, que duró un mes, aprendió lo básico. Era una políglota nata, admirada por su capacidad auditiva para captar automáticamente los sonidos de diferentes lenguas.
“En verdad el destino gira 180°, pues mi interés científico estaba orientado hacia los estudios de lenguas asiáticas, pero fue la guerra la que me arrojó a las tierras americanas, donde se hablaban aún unos 240 idiomas indígenas”, contó Susnik en 1975, en el anuario esloveno. Acá logró realizar un registro y una distinción entre el habla, la composición verbal y la estructura gramatical de varias etnias, como: los chulupí, toba-guaykuru, maká, chamacoco, maskoy, aché-guayakí, ayoweos –moros y eyiguayegi– mbaya, según el libro Branislava Susnik, antropóloga del Paraguay, de Carlos Peris.
Con todos estos conocimientos, conforme escribe Peris, Susnik aseguró que para los pueblos originarios el lenguaje estaba estrechamente conectado con el pensamiento y el actuar. No eran solo palabras o términos, sino que establecían o limitaban conductas y actitudes para el intercambio social. Lo mismo sucedía con los mitos inventados para dotar de una explicación mística a ciertos acontecimientos humanos.
Prolífica y metódica implacable
Con mucha paciencia, Susnik le enseñó a Adelina todo lo que tenía que saber para atender el museo, realizar visitas guiadas y buscar libros en la biblioteca. “Uno por uno me mostró cada objeto, cada detalle. Después ya fuimos caminando juntas”, menciona la actual directora del lugar, añadiendo que a partir del 88 empezó a ser parte del staff del museo, primero como pasante y luego como funcionaria.
“Desde que entré, cada libro que ella publicaba lo corregíamos juntas, antes de que vaya a la imprenta. Mucha gente dice que sus materiales son complicados de entender, porque en una frase dice demasiadas cosas. Sin embargo, ella hablaba con mucha claridad”, afirma Adelina.
Si hay algo que admiran de ella las y los estudiosos es su disciplina a la hora de trabajar. “Alguien como Susnik, hay una entre mil”, señala la antropóloga Marilin Rehnfeldt. Por su parte, Pusineri remarca que no se la puede igualar. “Ella misma decía que para ser una científica investigadora hay que ser soltera”, recuerda entre risas la directora, quien se sintió muy marcada por esa metodología y minuciosidad que hacían de Susnik una intelectual sin igual.
Ella no perdía el tiempo. Durante los años de expediciones, cada viaje con las comunidades indígenas resultó en materiales escritos. Y ya cuando hacía oficina en el museo, trabajaba arduamente consultando bibliografía. En palabras de su compañera, es un lujo revisar sus manuscritos y encontrarlos ordenados; cada referencia y cita está detallada y puede ser corroborada sin problemas.
“Trabajar con ella era muy interesante, porque aprendías todo el tiempo. Tenía un carácter fuerte, muchas personas no la comprendían. Pero no toleraba la mediocridad y era muy celosa de lo que custodiaba: el museo y la biblioteca”, expresa Pusineri, quien además fue su alumna en las materias de Etnografía y Antropología de la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción.
La primera historiadora social del país
“El título máximo que me atribuyen los amigos: la doctora chiripá con pantalón y batata”, escribió en una foto en la que se encuentra comiendo el tubérculo con mujeres y niños de la comunidad indígena chiripá-guaraní.
Marilin destaca aquellas acotaciones jocosas de la doctora. “La sociedad paraguaya le veía a Susnik como una persona extraña. Una mujer, extranjera, joven, que dedicaba su vida a la ciencia, no era muy común acá en el país, en los 60. Y la forma en la que ella tomaba todo con humor era algo que llamaba la atención”, manifiesta la antropóloga.
Quizás esa ironía fue la que le permitió seguir trabajando sin que le importe que la vieran como un “bicho raro”. Es así que Branislava Susnik se convirtió en la primera historiadora social del país. Parafraseando al historiador Ignacio Telesca, intentar entender la historia del Paraguay sin tener en cuenta su trabajo es casi imposible.
No solo porque logró recolectar y registrar cómo eran las comunidades indígenas antes de la venida de los españoles, asegurando que en esta región ya existían poblaciones mestizas; si no también porque rompió con el mito de que la conquista se dio de una forma pacífica, según el cual las poblaciones originarias y los conquistadores se unieron en una idílica simbiosis.
“Siempre estudiamos la historia de la conquista y de los españoles, no del lado del conquistado. Desde el aporte de Susnik, está presente la perspectiva del principal sujeto de esa conquista: el indígena guaraní”, explica Pusineri. Este aporte ha puesto al descubierto que también existieron resistencias y rebeliones por parte de las comunidades originarias.
Para Rehnfeldt, uno de los trabajos más importantes de Branka es el que realizó con los chamacocos. “Es una etnografía bellísima, se lee como novela. Ese libro marcó mucho lo que yo pienso que se debe hacer en antropología. Por la forma en la que ella tan claramente entra dentro de la cultura chamacoco, describe los clanes, su religión y la organización social y política. Es una joya”, señala.
Sin embargo, Marilin siente mucho que la doctora todavía no tiene el reconocimiento que debería en las ciencias sociales. Considera que es una asignatura pendiente reivindicar la figura y el trabajo de Susnik. Especialmente de parte de las y los antropólogos en Paraguay y otros investigadores, que en vez de estudiarla y citarla, lo hacen con gente de afuera.
Un siglo de una persona sin igual
El 28 de marzo de 2020, Branislava Susnik habría cumplido 100 años. Fue la primera ganadora del Premio Nacional de Ciencias, galardón que recibió de manos del presidente Andrés Rodríguez, cuatro años antes de su partida. Falleció a los 76 y hasta el día de su muerte se mantuvo activa por el museo, recorriendo los pasillos y revisando sus manuscritos.
Para seguir acercando su legado a las nuevas generaciones y resaltar la importancia del trabajo que realizó para el país, el Museo Etnográfico Andrés Barbero y otras instituciones nacionales están preparando actividades especiales por su aniversario, tanto en Paraguay como en Eslovenia.
“Queremos que ella sea recordada en su patria, que vuelva a ser conocida allá, porque fue expulsada y tiene que regresar como se merece”, cuenta Adelina, agregando que las jornadas de recordación tienen el apoyo de los gobiernos de ambos países.
Las actividades están previstas para junio y julio del 2020 y se centrarán en una exposición de fotos y documentos, y por otro lado, un simposio del que participarán profesionales que estudiaron a Susnik, como Rehnfeldt y Telesca.
Su paso por el país fue silencioso, solitario y austero. Pero la magnitud de su trabajo ahorró cualquier palabra de más. Como refirió el doctor Vicente González en su despedida, Branka era como una perla, con esa particularidad de que no abundan, son valiosas y, además, permanecen ocultas.
Estudios realizados
En Europa, Susnik realizó el doctorado en Prehistoria e Historia de la Facultad de Filosofía de Liubliana y varios posgrados: un doctorado en la Universidad de Viena, Austria, en Etnohistoria y Lingüística uralo-altaica; laurea en Historia y Arqueología sumerio-babilonesa, además de cursos de posgrados de Culturas y Lenguas de Asia Menor y lenguas bálticas, y otras más en la Universidad de Roma. En toda su formación consideró fundamental incluir la perspectiva humanista, ya que decía que sin esa visión las ciencias humanas podrían ser egoístas y superficiales, de acuerdo al sociólogo Carlos Peris.
Apoyo y aval de la Sociedad Científica
Desde 1956, Branka recibió el apoyo y el aval de la Sociedad Científica del Paraguay para realizar sus expediciones, que sin una estructura que la sostuviera se volvían más complicadas. La sociedad, que en ese momento estaba presidida por Carlos Pusineri, como secretario, y Guillermo Tell Bertoni, como presidente, reconoció la importancia de estos trabajos de campo y solicitó a las instituciones públicas y privadas que facilitaran como puedan aquellos viajes. El Ministerio de Defensa Nacional respondió al llamado y proporcionó fusiles, salvoconductos y permisos para portar armas. Todas esas herramientas fueron claves para que Susnik se sintiera más segura, a pesar de que nada la detenía.
Riesgo de muerte
Tan comprometida estaba Branka con su trabajo, que llegó a arriesgar su vida en varias de sus expediciones. Para ella, esos eran los riesgos de un verdadero científico. En 1963, la revista Ñandé publicó: “Investigadora corre peligro de muerte”, y se trataba de ella. La insurrección de los indios moros en el Chaco Boreal pudo haberla lastimado. Sin embargo, fue protegida por un cacique y sus fieles, quienes la trataron como una compañera más.
Gran producción intelectual
Resaltan entre sus materiales publicados: Los aborígenes del Paraguay, El indio colonial, El rol de los indígenas en la formación y en la vivencia del Paraguay, Una visión socio-antropológica del Paraguay, Artesanía indígena, entre muchos más. Algunos números se pueden encontrar en el Museo Etnográfico Andrés Barbero, donde tienen planeado realizar ciertas reediciones.