Las intervenciones fueron absolutamente necesarias considerando el pánico generado por la incertidumbre generalizada y por el efecto catastrófico que tiene el Covid-19 y las medidas sanitarias implementadas para su contención en la economía real, los empleos y los ingresos de las personas. Los inversionistas, intentando minimizar pérdidas en sus portafolios, buscaron desprenderse de una parte de sus activos y posicionarse en activos líquidos, provocando una ola de ventas con caídas sustanciales en los precios de bonos y acciones en los primeros días de la pandemia. Ante tamaña demanda por liquidez y para evitar una depresión de consecuencias duraderas, los bancos centrales intervinieron en los mercados comprando bonos soberanos, hipotecarios y corporativos a tasas de interés cercanas al cero por ciento proveyendo toda la liquidez que sea demandada. En paralelo, los gobiernos entraron con masivos programas de transferencias para el sostenimiento de los ingresos de la población imposibilitada de trabajar por las cuarentenas obligatorias.
Se logró contener la situación de los mercados financieros, las tasas de interés se estabilizaron y las bolsas han recuperado sus niveles previos a la pandemia, impulsadas por la necesidad de los inversionistas de asumir mayores riesgos en la búsqueda de rentabilidad. Sin embargo, queda por delante cómo se va recuperando la economía real, los empleos y los ingresos de las personas por un lado y, por otro, cómo los gobiernos van reduciendo los estímulos y el déficit fiscal así como el retiro de la liquidez extraordinaria en la medida en que los inversionistas vayan recomponiendo sus portafolios y reduciendo sus demandas de liquidez. Esto requerirá una sintonía muy fina e implica volatilidad en los mercados financieros en el proceso de implementación.
Por un lado, los niveles de la relación precio-utilidad de los mercados accionarios ya eran altos previo a la pandemia y se incrementaron aún más por efectos colaterales de la megaliquidez y las bajas tasas de interés de los activos de bajo riesgo. Sin embargo, esto tal vez tenga características permanentes, considerando que el crecimiento económico de largo plazo de la economía mundial no son muy prometedores a causa del enfrentamiento entre EEUU y China Continental, su impacto en el comercio mundial, en las cadenas industriales y del aún incierto efecto en la productividad y el empleo de la cuarta revolución industrial. Así, una menor rentabilidad del capital requiere menores tasas de interés real, en un equilibrio dinámico con bajo crecimiento económico y alto ahorro.
Por otro lado, los grandes déficits fiscales están provocando un aumento sustancial de la deuda pública, lo cual incrementa la percepción de riesgo de las mismas en contraposición a tasas de interés superbajas. El FMI proyecta para EEUU una relación Deuda Neta/PIB del 107% y para la Unión Europea del 85% para finales del 2020. La tasa de rendimiento nominal de los bonos del tesoro de EEUU a 10 años está en 0,65% anual y la de Alemania es negativa en -0,35%. Estos bonos son valorados por su alta liquidez, pero con tasas nominales tan bajas, su atractivo dependerá de las expectativas de inflación a largo plazo. Si bien la megaliquidez no necesariamente implica mayor inflación, es fundamental su retiro oportuno en base a la reducción de la demanda de liquidez por los inversionistas.
Los inversionistas están observando, analizando y evaluando, pero las opciones son limitadas. Para lograr una rentabilidad decente en los próximos años, tendrán que asumir más riesgos en mercados poco desarrollados en una proporción creciente de sus portafolios. Eso puede favorecernos, si seguimos con una economía relativamente ordenada y una política macroeconómica equilibrada y consistente como lo hicimos en los últimos 17 años.