19 abr. 2024

Los desafíos globales están cambiando los paradigmas de la ciencia

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“No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. Hace un siglo, Albert Einstein señalaba con estas palabras que la humanidad debía ser crítica con nuestra forma de pensar, que ya nos estaba creando problemas a nosotros mismos y a la propia vida en la Tierra.

Constantemente vemos y escuchamos noticias sobre los cambios ambientales que ocurren en nuestro entorno y en diferentes partes del mundo, por ejemplo, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación química, la degradación de la tierra, la pérdida de agua dulce, la acidificación de los océanos y el agotamiento del ozono.

Durante 2019, los huracanes causaron 465.000 desplazamientos en siete países del Caribe, según la Organización Mundial de la Salud y el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC, por sus siglas en inglés). Al mismo tiempo, las inundaciones y los deslizamientos de tierra desplazaron a 295.000 personas en Brasil.

Más de 50 millones de personas, algo más que la población de Colombia, han sufrido inseguridad alimentaria e hídrica debido a los desastres relacionados con el clima como las inundaciones, sequías y tormentas, especialmente en África, Asia, América central y del sur. En este sentido, se estima que para el año 2050, unas 30 millones de personas emigrarán desde Centroamérica hasta Norteamérica por cuestiones alimentarias relacionadas con la crisis climática.

Como si fuera poco, las reducciones de gases de efecto invernadero (GEI) para limitar el calentamiento global a 1,5°C están fuera de alcance, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas.

Aparentemente, estos cambios están siendo causados por el modelo de desarrollo predominante del cual es parte la ciencia moderna, aunque, contrariamente para muchas personas, la ciencia moderna es la que ha dado lugar al actual modelo de desarrollo. Por lo tanto, nosotros, como habitantes de la Tierra, debemos esforzarnos por cambiar este imaginario sobre la ciencia y el desarrollo por una alternativa que tenga como objetivo el mantener la vida.

Es hora de que la ciencia evolucione

Los problemas ambientales actuales tienen múltiples escalas y dimensiones, y se producen simultáneamente, por lo que atender sus efectos se hace cada vez más complejo. La ciencia actual pretende desarrollar conocimientos y alta tecnología para “gestionar” mejor la Tierra y sus recursos. Sin embargo, probablemente valdría más la pena centrarnos en evaluar nuestro comportamiento para con los propios seres humanos y la Tierra.

En la actualidad, la ciencia tiende a desarrollarse aislada de la sociedad y, en algunos casos, los avances científicos responden únicamente a intereses privados. Al utilizar métodos de difícil comprensión y al dirigirse a comunidades limitadas y especializadas, la ciencia parece dar la espalda a las poblaciones y sus realidades, por lo que ya no se confía en ella para resolver los problemas del mundo real.

Por otra parte, también existe un creciente aislamiento de las disciplinas, y las relaciones entre el mundo académico, los Gobiernos y demás actores de la sociedad civil son frágiles y se están agotando.

El enfoque transdisciplinario

Una de las soluciones que se están debatiendo en el ámbito académico es la de construir el conocimiento científico con la participación de diferentes actores de la sociedad a través de un proceso de aprendizaje colaborativo.

La comunidad científica es frecuentemente vista como una élite que desarrolla y posee el conocimiento de manera exclusiva. Sin embargo, debido a las actuales brechas entre el conocimiento científico y las prácticas de la vida cotidiana, los líderes comunitarios abogan por abrir la ciencia a otras formas de conocimiento. También entre los investigadores y los expertos sobre cambio climático hay un creciente consenso sobre la importancia de los conocimientos y prácticas tradicionales de los pueblos indígenas y las comunidades locales para hacer frente al cambio climático.

Esta sinergia choca, sin embargo, con el hecho de que no hay suficientes medios ni incentivos para que el mundo académico, los Gobiernos y la sociedad civil trabajen más estrechamente con las comunidades sobre el terreno. Además, esto debería ser un proceso de aprendizaje colaborativo sin fin, más que un simple paso para “incluir” otras formas de conocimiento. Por lo tanto, ¿cuál es la solución?

Otras formas de conocimiento

No es fácil encontrar una única solución a todas las facetas de este asunto, pero a menudo los problemas complejos pueden necesitar un conjunto complejo de soluciones. En este contexto, ha surgido un concepto difuso: “transdisciplinariedad”, que aún no está totalmente definido, sino en proceso de evolución. Sin embargo, varias de sus características pueden observarse en las prácticas cotidianas de las comunidades académicas y no académicas, al mismo tiempo que se refuerza su contenido.

Un ejemplo de los esfuerzos de la comunidad internacional alrededor de la “transdisciplinariedad” en la ciencia es el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI), que se ha comprometido a promover la cooperación regional para la investigación transdisciplinaria. Esta organización reúne a Estados e instituciones de las Américas para realizar investigaciones a escala regional, lo que es necesario y apropiado para los temas ambientales.

Otra iniciativa internacional más amplia que promueve la investigación transdisciplinaria en temas de cambio ambiental global es el Belmont Forum. Los proyectos que se llevan a cabo en el marco de esta iniciativa integran las ciencias sociales y naturales, así como las humanidades. Además, los proyectos deben ser codiseñados y coejecutados por diferentes partes interesadas (académicos, sector público y privado, intergubernamental, comunidades locales y pueblos indígenas, etc.) de forma colaborativa. Los proyectos se desarrollan en el marco de consorcios internacionales de al menos tres países y son financiados por socios nacionales e internacionales.

Todavía quedan retos por superar como los acuerdos institucionales nacionales e internacionales, los sistemas económicos y de financiación, que, entre otros, están diseñados para el modelo de desarrollo y ciencia existente. Como habitantes de la tierra en evolución que queremos permanecer en armonía con el planeta, es nuestra obligación unir esfuerzos para alcanzar un imaginario colectivo renovado en consonancia con los retos a los que nos enfrentamos.

Fany Ramos Quispe

Latinoamérica21

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