“Los insumos principales que utilizamos, como fertilizantes y combustibles, provienen del exterior. Cuando hay guerras, eso genera volatilidad en los mercados y, con ello, subas considerables en los precios”, señaló Cristaldo en conversación con ÚH.
Uno de los ejemplos más claros fue la guerra entre Rusia y Ucrania, iniciada en febrero de 2022. Según el titular de la UGP, ese conflicto provocó un aumento drástico en los precios de los fertilizantes, que pasaron de costar USD 500 la tonelada a más de USD 1.200. “Fue un golpe muy fuerte porque muchos de esos insumos vienen justamente de esa región”, agregó.
A esto se sumaron las dificultades logísticas provocadas por la bajante del río Paraguay, que incrementó los fletes tanto para el ingreso de insumos como para la exportación de granos.
Baja rentabilidad. El aumento de los costos no vino acompañado de precios favorables para los productos agrícolas. Desde 2023, el valor de la soja –principal cultivo de exportación– comenzó una tendencia descendente. “El último año con un precio bueno fue el 2023. Desde entonces, el mercado cayó y sigue cayendo”, afirmó Cristaldo.
Añadió que actualmente, el productor vende la soja a precios que oscilan entre USD 320 y 330 por tonelada, por debajo de los USD 350 que se esperaban al inicio de la campaña. La caída se debe, principalmente, a un exceso de oferta global y a la incertidumbre sobre la demanda china, que representa el 67% del mercado mundial de soja.
“El mercado depende de si China compra, de dónde compra y a qué velocidad. Todo eso genera nerviosismo. Además, las nuevas guerras, como la de Israel con Irán, no afectaron al mercado como se temía, pero siguen generando incertidumbre”, explicó.
NUEVA ZAFRA. A pesar del escenario adverso, los productores ya están planificando la próxima campaña agrícola, que arrancará en setiembre con la siembra de la soja tempranera. “Ya se están haciendo pedidos de insumos y programando la siembra. Las etapas van desde mediados de setiembre hasta octubre, según el tipo de variedad”, indicó.
Consultado sobre si el aumento de costos afectó la superficie de siembra, Cristaldo fue tajante: “No reducimos hectáreas. Lo que hacemos es tratar de mejorar la productividad. Si antes costaba USD 600 por hectárea, hoy cuesta 800. Eso significa que tenemos que sacar más kilos por hectárea para compensar esa diferencia”.
El productor añadió que los fertilizantes y combustibles representan entre el 30 y 40% del costo total de producción. Por eso, cualquier variación en sus precios tiene un impacto directo en la rentabilidad.
“Hubo subas importantes. Algunos insumos duplicaron su valor, y el combustible también tuvo incrementos significativos. Son las dos variables que más pesan en nuestra estructura de costos”, señaló.
330 dólares la tonelada se paga hoy por la soja en los mercados internacionales, muy por debajo de los USD 350 que se proyectaban.