El musical de El rey León los tiene como personajes a estos animales carroñeros que son representados como una sonrisa cínica tras la cual encubren una actitud degradada que no tiene códigos y que proyectan un nivel de cinismo repudiable. Se esconden tras una imagen seráfica y con unos gestos del “a mí qué me importa” proyectan la idea de que en la ciénaga en la que habitan y al personaje que rinden pleitesía y del cual son sirvientes son absolutamente naturales a la condición del ser paraguayo. Ese que repudiaba la falta de valores y los vomitaba en público ahora sin embargo los tolera, volviéndose candidato/a a distintos cargos públicos. El que los ha colocado disfruta con esa actitud entregada y turbia porque confirma que ante el dinero ningún paraguayo por más educado que parezca deja de inclinar la cerviz y volverse un abyecto y servil.
Han desarrollado una caradurez única. No les conmueven ni los insultos ni la descripción más clara sobre su comportamiento. Aguantan de todo porque se han hecho parte de la pestilencia que domina gran parte de la política. Desprecian a los otros de la manada y se hacen parte de ellos a la espera de que les caiga un zoquete, que luego del paso por la administración pública jamás podrían alcanzar un trabajo decente ni digno, en ninguna institución local ni internacional. Juegan a que son referentes hacia afuera pero deben cancelar citas en el exterior por el temor de ser detenidos por lavado de activos y otros delitos conexos. Lea el prospecto, le recomiendan, mientras dan pena cómo han tirado la escasa honra que tenían a los cerdos.
Las hienas emiten sonidos atemorizantes aunque son rápidos para escapar de otros depredadores mayores. No le temen a la justicia de la jungla porque tienen amaestrada a la que podría investigarlos. Esperan agazapados a las víctimas en las aguadas donde abrevan animales del mismo pelaje que ya los tienen como suyos, aunque les repele su cinismo. Pueden esgrimir sofismas sobre economía o política, pero todo acaba ante una realidad de vida que los hunde y degrada siempre. Las hienas visten bien aunque huelen mal. No les alcanza con decir que pasaron peripecias cuando estuvieron afuera, como si eso fuera suficiente para atenuar su deshonestidad, voracidad y rapacidad. Se las pasan de estar del lado de los más débiles hasta que un banquero irlandés se anima a desnudar a una de las hienas con argumentos más que sólidos.
Estos sinvergüenzas que reclaman la institucionalidad que nunca la respetaron son los mismos que persiguieron sin razón a muchos, protegieron los movimientos del lavador Messer, el hermano del alma, de quien los sostiene, dieron tres aguinaldos a los empleados de Hacienda, pero sin rubor alguno hablan y se llenan la boca de reforma del Estado, austeridad pública o institucionalidad. Dicen que hay que mejorar el gasto público cuando a su paso por varias instituciones usaron los recursos públicos para pagar sus viajes lujuriosos en conferencias internacionales. Una de las hienas participó en los comicios internos de su partido en la jungla a pesar de que la ley lo prohibía, pero... como buena hiena siempre se creen por encima de cualquier norma y regulación.
Hay tres bien identificados que buscan cargos públicos importantes. La gente los conoce, los huele y los debe despreciar. Su cinismo pone en peligro la democracia porque algunos son capaces de defenderlos, a pesar de que todos saben que sin el apoyo del “rey león de las aguadas” local huirían espantados para refugiarse en la más oscura caverna destinada a los sinvergüenzas, cínicos y despreciables.
Las hienas no tienen límites y todos los animales de la jungla saben muy bien que con ellos la dignidad no existe, y menos aún la humildad ante un pueblo pobre que vive en esa condición por su adentrado egoísmo, codicia y lujuria que han demostrado de forma abierta y desembozada en cargos anteriores. Son cobardes. Al primer grito, huyen y se esconden. Es cuestión de pegar el grito y tomar las herramientas para castigarlos... ejemplarmente.