Fue hace veinte años, en julio de 1996, una década después de las movilizaciones de Medicina y el Hospital de Clínicas. Como hoy, como casi siempre, gobernaba el Partido Colorado, en medio de una crisis política y económica. El único ausente era Alfredo Stroessner, traicionado en 1989 por sus adláteres, quienes habían medrado durante décadas bajo su régimen en todas las instituciones estatales, incluida la Universidad Nacional de Asunción. Su ausencia acentuaba su presencia. Seguía vivo en la conducta modélica de sus seguidores con respecto a la cosa pública: corrupción y alarde de impunidad. Toda la estructura dictatorial estaba fresca en el engranaje académico y administrativo de la universidad, por lo que los estudiantes de aquel tiempo pedían tanto una reforma democrática en el gobierno universitario, como transparencia en la utilización de recursos estatales. Es decir, lo que hace dos décadas impulsó a los estudiantes a tomar facultades y el Rectorado es lo mismo que hoy empuja a otra generación —que no vivió los años de plomo del stronismo, pero que sabe de sus herencias nefastas— a lograr un histórico paro en las doce unidades académicas de la UNA.
En aquel 1996 hubo un rebrote del virus totalitario en el ámbito castrense, con su todavía fuerte influencia en los asuntos civiles. Lino Oviedo se llamaba esa amenaza al juego para armar que es la democracia neoliberal. El virus, por supuesto, también estaba inoculado en las facultades. Hoy, Horacio Cartes y el Partido Colorado son los que no solo atentan contra la pluralidad y la transparencia en la UNA, sino contra el fundamento mismo de la democracia con un proyecto hegemónico y represivo a gran escala.
Ese plan en el ámbito educativo comenzó a desarrollarse hace sesenta años, cuando el naciente stronismo intervino la universidad, hiriendo imperecederamente a la educación superior, subordinándola a los designios del poder corrupto y mediocre. Mariano Bordas, autor de La universidad amordazada, fue presidente del Centro de Estudiantes de Medicina hacia 1954. En un discurso pronunciado ante las autoridades de la época y reproducido en su libro, Bordas dijo que el daño que la influencia política (del Partido Colorado) había causado a la universidad sería duradero e irreparable. Ese crimen de lesa humanidad contra la educación perpetrado por las camarillas coloradas es el que se busca reparar cada tanto, a pesar de la persecución y la intimidación. Esa reparación —que lo mismo debe incluir la gobernanza justa como el modelo crítico e investigativo de universidad— es reclamada sobre todo por los alumnos y las alumnas. Hay también docentes que apoyan una reforma profunda, pero son los estudiantes quienes la impulsan con denuedo y porfía cíclicos.
Todos quienes militaron en el movimiento universitario combativo lo hicieron para llegar a un momento como este, con todas las facultades en paro y la claque stronista amenazada. Desdeñar este momento privilegiado —más allá de direcciones flojas y debilidades internas— es ir contra la esencia del movimiento universitario. El de 1956, el de 1986, el de 1996, el de 2016.