16 jun. 2025

La mala educación

Por Hugo Rubín (*)

Cuando era pequeño iba dos veces al año a un campamento organizado por una agrupación juvenil que tenía relación con mi comunidad, pero no con el colegio al que asistía. Eran otros tiempos y tenía que ser una experiencia dura.

Aparte de las usuales actividades en ese ambiente, teníamos sesiones de defensa personal, extenuantes e innecesarios ejercicios físicos a la mañana muy temprano, hacíamos guardia obligatoria por turnos durante toda la noche y se realizaban simulaciones de ataque a la madrugada.

Siempre estaban los temibles antiguos. Eran muchachos que no llegaban a los veinte años, pero que nos defendían de supuestos atentados terroristas y al mismo tiempo nos aterrorizaban con su brutalidad. A ellos les habían tratado peor que a nosotros.

No me arrepiento de esas jornadas, templaron mi espíritu. Pero de ninguna manera permitiría que a mis hijos les hagan pasar por eso. Repito: son otros tiempos.

Cursé el bachillerato en el prestigioso Colegio Internacional, de un año a otro pasé de tener nueve compañeros a compartir el aula con cuarenta, y en tres secciones. Presencié hechos que sólo veía en las películas: los más grandes sacando comida o el dinero del recreo a los más chicos, estudiantes obligados a prestar o a hacer la tarea de otros, abusos físicos –nada sexual- en plena clase, en el baño, en la gimnasia.

Estaban los millonarios con autos lujosos como regalo desde los 15 años, eran los mejores atletas, actores, en pareja con chicas de condiciones similares. Algunos organizaban comandos para robar los exámenes de la dirección y los repartían entre un grupo selecto.

También estaban los gordos, extranjeros, los de lentes, los lentos, los débiles, los pobres, eran la casta más baja. Yo jamás fui incluido, no fui víctima ni victimario, ni deportista ni actor. Yo elegí no serlo.

En el último año participé de asados en medio de la noche en la cancha de fútbol, con mucho alcohol, vi más de una golpiza a chicos desprevenidos de colegios rivales. Muchas veces nos escapábamos en el receso de las 9 para beber cerveza en los bares de alrededor o en la casa de algún compañero.

Hoy soy abogado, tengo dos posgrados y un doctorado, enseño en la universidad, trabajo en tres medios de comunicación. Tengo una hermosa familia. Se los debo a mamá y a papá.

Los colegios con tanta cantidad de alumnos no pueden mantener el control de todos. Los padres que defienden los excesos de sus hijos por un supuesto amor a una institución educativa, cosa posible sólo con mucho dinero, contribuyen a la destrucción moral que aqueja a nuestro país.

(*) Periodista de Radio Ñandutí