25 may. 2025

La Madame no cabe en el Panteón

El Senado acaba de sancionar un proyecto de ley que otorga la nacionalidad paraguaya póstuma a Elisa Alicia Lynch, la pareja irlandesa del Mariscal López, y dispone el traslado de la urna que contiene sus restos al Panteón Nacional de los Héroes. Es curioso que, en un país tan propenso a las polémicas históricas, la iniciativa haya transitado el itinerario parlamentario con tan poco debate público y casi nula participación de las instituciones académicas.
Podrá parecer una discusión irrelevante en un país con problemas más urgentes por resolver, pero tiene aristas invenciblemente atrapantes. La nacionalizamos post mortem, aunque ella, durante los quince años que vivió en el país, no mostró ningún interés por hacerse compatriota de una sociedad que la despreciaba. La pregunta crucial es: ¿Merece Madame Lynch estar en el altar del heroísmo paraguayo?

Frente a los que sostienen que haber acompañado al Mariscal hasta su batalla final la convierte en una heroína, hay quienes cargan la tinta sobre el aspecto más cuestionable de su biografía. Provenía de otras tierras, pero era la dueña de buena parte de nuestra tierra. Madame Lynch recibió como amorosos regalos del Mariscal tantos campos y propiedades que la convirtieron en la mayor latifundista de la región. Los historiadores difieren en las cifras, pero se calcula que tenía más de 14 millones de hectáreas a su nombre. Como dato comparativo: El territorio de Uruguay tiene 17 millones de hectáreas.

En 1885 quedó establecido que dichas tierras pertenecían al Estado paraguayo. Eso, en cuanto a las que estaban en nuestro territorio, pues también las había en el Mato Grosso brasileño. Tanto Lynch como su hijo Enrique hicieron infructuosos esfuerzos por hacer valer sus derechos sobre esos extensos campos y sobre una treintena de casas en Asunción.

Merced a su cercanía con el hombre más poderoso del país, se había convertido en la mujer más rica del Paraguay, pero luego de Cerro Corá aquello no le sirvió de mucho. Fue enterrada en 1886 en un cementerio muy distinguido de París, con vecinos tan famosos como Honoré de Balzac, Frédéric Chopin y Molière. En 1961 el Gobierno paraguayo repatrió sus restos, ya con el propósito de llevarlos al Panteón Nacional, pero se encontró con la negativa de la Iglesia Católica, que coadministraba el edificio, pues este era, a la vez, el Oratorio de la Virgen de la Asunción. López y Lynch no estaban casados y una concubina no cabía en un oratorio.

La urna con sus restos estuvo varios años en el Ministerio de Defensa Nacional hasta que, en 1970, se construyó en la Recoleta el actual panteón que, paradójicamente, tiene rasgos arquitectónicos que recuerdan a Brasilia.

Ahora, el fetichismo óseo abre otro capítulo, intoxicado de machismo y neonacionalismo. Elisa Lynch no es la mejor representación de la mujer paraguaya, fue solo la mujer de López. Nuestra historia registra nombres femeninos con muchos más méritos para estar en el Panteón, como el de las Residentas, Serafina Dávalos o las hermanas Speratti. Si la ley es promulgada, la Madame será la segunda mujer que ingrese a ese club de varones. La primera fue Julia Miranda Cueto, esposa del Mariscal Estigarribia, quien está allí por la misma visión machista de la historia. Por fallecer en el mismo trágico episodio.

Hay, además, otros problemas –prosaicamente paraguayos– que dificultan la entrada de Madame Lynch al Panteón. Una de las argumentaciones para llevarla allí era que se volvería a unir con el amor de su vida, el mariscal. Pero ¿son realmente esas las cenizas de López? ¿Y qué hacer, entonces, con la urna de su pequeña hija, Corina Adelaida, que se quedará sola en la Recoleta?

Ante la ausencia de héroes civiles en los últimos años, hubo propuestas de ingreso a nuestro principal cenáculo republicano de varios ciudadanos ilustres, lo que ha generado una superpoblación. Por lo cual, más allá de las tan escasamente debatidas objeciones de fondo, Madame Lynch no cabe en el Panteón.

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