20 may. 2024

La Iglesia Católica y la Guerra de la Triple Alianza

El obispo Manuel Antonio Palacios comprometió su propio futuro y el de la Iglesia Católica paraguaya, dejando a la suerte de la sobrevivencia del mariscal López en el poder. Esta apuesta llevó a dicha Iglesia como a un considerable deslucir espiritual, religioso, moral y económico.

Pedro Gamarra Doldán
Investigadore_juridico_asuncion@hotmail.com


Al momento de iniciarse nuestro movimiento político en pos de la independencia, los días 14 y 15 de mayo de 1811, en la Gobernación e intendencia del Paraguay y Misiones, se tenía como obispo a Pedro García de Panés, llegado al país en el año 1809, en lo que con justicia llama la doctora Mary Monte “la etapa del ocaso del Imperio español”.

El obispo Panés amó a este país y no creó oposición alguna conocida, a los cambios vertiginosos que ocurrían en el Paraguay: La Primera Junta de Gobierno, el Consulado y las Dictaduras temporal y perpetua (1814 a 1840), esta última a cargo y en pleno ejercicio por el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, quien pese a haber estudiado Derecho Civil y Teología en Córdoba (Argentina), tenía una rara visión del cristianismo, en función del recién constituido Estado independiente paraguayo, en 1813.

Las relaciones de Francia con la Iglesia no fueron del todo malas, pero sin duda alguna tampoco fueron buenas. Al clausurarse el Real Colegio y Seminario de San Carlos, se dio de baja a este instituto formador de clérigos. Amén de ello, tuvieron que abandonar el país los sacerdotes de congregaciones, si no acataban las órdenes del Gobierno (real patronato).

Los sacerdotes más importantes se retiraron de diversos templos y colegios, como los propios franciscanos, de cuya orden, precisamente, formaba parte el obispo Panés

Afectado el citado clérigo en su salud, no ejerció durante muchos años su alto cargo, que fue diferido en una promoción interna o por designación del propio Francia. Los templos sin cuidarse, sin un seminario formador, con menor número de sacerdotes; expulsadas las órdenes religiosas. Al fallecer el obispo Panes (1838) y también el propio doctor Francia en 1840, las iglesias se hallaban privadas de sustento, y los sacerdotes, sin lectura y consagración de nuevos miembros.

GOBIERNO DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ

El gobierno de don Carlos Antonio López (bajo distintas figuras 1841-1862) fue el de un “déspota ilustrado”. Proveyó el arreglo de los templos y levantó otros, instauró un seminario para formar sacerdotes. Restableció correspondencia con la Santa Sede. Así, consiguió volver a tener un obispo, como en este caso lo fue su propio hermano Basilio López, quien fue investido como tal en Mato Grosso, Brasil, que lo fue en Cuiabá, por estar los ríos Paraná-Paraguay clausurados.

El obispo López, pese a ser hermano de don Carlos Antonio López, no tuvo fácil relacionamiento con las autoridades. Don Carlos daba algunos beneficios, pero controlaba aún a la propia Iglesia.

Al morir el obispo López ,1859, le sucedió Juan Gregorio Urbieta, en el mismo cargo, en 1860

LA GUERRA GRANDE

En 1863 fue nombrado obispo coadjutor Manuel Antonio Palacios, que había sido propuesto como obispo auxiliar del obispo Urbieta, quien ya se hallaba enfermo hacía meses y falleció a comienzos de 1865, cuando se daba principio a la guerra aciaga de 1870.

Esa muerte era un mal mensaje. Asumió pues pleno el cargo, el obispo Palacios, cuya historia y cuyo caso tanto complicaría las relaciones Iglesia-Estado, y que aún hoy sigue con un velo corrido.

El obispo Manuel Antonio Palacios llevaba en torno a sí, un tremendo sometimiento a la familia López. Él abandonó Asunción, siguiendo al ya mariscal López hasta Humaitá, y en los campamentos militares, él comía con el mariscal y con su círculo de más cercanos colaboradores. De 1865-1868 casi no abandonó ese lugar, dejando, el manejo del clero y de la diócesis al devenir del tiempo posible y el resultado de las armas.

Palacios permaneció en estos tres años siguiendo el curso de las armas en pugna, y de la suerte del poder.

Comprometió su propio futuro y el de la Iglesia Católica paraguaya, dejando a la suerte de la sobrevivencia del mariscal López en el poder. Esta apuesta llevó a dicha Iglesia como a un considerable deslucir espiritual, religioso, moral y económico. Hubo necesidad del largo Gobierno diocesano y espiritual de monseñor Juan Sinforiano Bogarín (1894-1949) para cambiar ese curso declinante.

SUBORDINACIÓN A LA IGLESIA ARGENTINA

Desde los primeros años de la Colonia, muy pocos años después de fundarse Asunción como casa fuerte y luego ya como ciudad, tuvimos un obispo residente en Asunción, la provincia del Guairá y Río de la Plata. Incluía en sus límites a la segunda Buenos Aires, cuando esta se refundó, por españoles e hijos de esta tierra, 1580. Esta dependencia subsistió hasta 1617, en que por mandato de la Corona española se dividió la provincia del Guairá y la del Río de la Plata, teniendo así cada ciudad Asunción y Buenos Aires su propio obispo, misma autoridad religiosa independiente.

Pero Buenos Aires (el Río de la Plata) crecía con inmensa mayor rapidez que el mediterráneo Paraguay y Guairá, mucho más cuando que en la realidad la provincia jesuítica de las misiones cortaba mucho la autoridad práctica del obispo asunceno. Al convertirse a Buenos Aires en 1776 en capital del recién instituido Virreinato del Río de la Plata, e integrado el Paraguay a ese virreinato, no se sojuzgó empero a Asunción a la autoridad religiosa de Buenos Aires.

Al iniciarse en 1864 la Guerra Grande, los numerales establecían: Que Brasil tenía 10 millones de habitantes, y su capital, Río de Janeiro, 200.000; la Argentina tenía 1.500.000 de habitantes y Buenos Aires, 150.000; el Uruguay tenía 300.000 habitantes y su capital, Montevideo, 80.000. El Paraguay tenía unos escasos 450.000 habitantes y su capital, Asunción, 50.000. Los márgenes de ventaja en pujanza de las otras ciudades coaligadas eran notorios por su acceso a los mares, ello también se reflejaba en su comercio anual: Brasil, 30 millones de libras esterlinas; Argentina, 10 millones, y el Uruguay, 3 millones. El Paraguay tenía un comercio que iba floreciendo, pero que apenas llegaba a las 700.000 libras esterlinas

En medio de todos esos nubarrones, en 1865, el Vaticano resolvió erigir y convertir el Obispado de Buenos Aires en al Arzobispado, e incluyó en la zona territorial de esa arquidiócesis a todos los obispos de la zona argentina y sumando en el gobierno de esa arquidiócesis al muy antiguo obispado de Asunción. Esa pérdida de independencia religiosa ocurría en los albores de la Guerra de la Triple Alianza. El Vaticano ignoró la independencia política del Paraguay, país con el que mantuvo correspondencia, y con la designación de obispos y las visitas regulares de nuncios e internuncios.

La noticia fue recibida en la zona de batalla de Ñeembucú, a través de los periódicos argentinos, y ello afectó mucho el carácter del mariscal López en su relación con la Santa Sede, y esta molestia se trasladó ostensiblemente hacia el propio obispo Palacios. La Iglesia paraguaya ejercitó un largo y extenso reclamo al papa Pío IX, en un valioso documento, elaborado por el padre Fidel Maíz, tal vez el sacerdote paraguayo más culto en ese tiempo, tanto en derecho canónico como en humanidades.

La protesta ante el Vaticano no tuvo respuesta ni resultado alguno, y así la Iglesia Católica paraguaya se volvió dependiente de la Arquidiócesis de Buenos Aires; ello se mantuvo en esa misma forma hasta 1929, en que la Santa Sede resolvió elevar el Obispado del Paraguay, a Arquidiócesis de Asunción, creándose dos obispados en nuestro país, el de Concepción y Chaco y el de Encarnación. Cabe consignar que en este lapso que va de 1865 a 1929, en que nos volvimos sufragáneos, vale decir dependientes de Buenos Aires, está no ejército sino simbólicamente esa calificación superior.

El obispo Manuel Antonio Palacios fue sometido a proceso por haber sido incluido en la “gran conspiración”. Este hecho conspiratorio lo creyó ver López en los actos ocurridos en Asunción, en febrero 1868, al llegar la flota de guerra brasilera hasta la ciudad de Asunción. Sometido el obispo Palacios a este juicio por la legislación imperante aún entonces, que era la de origen colonial, fue declarado culpable y ejecutado el 21 de diciembre de 1868, en la zona de Pykysyry, donde se hallaba el ejército nacional y el mariscal López.

Cabe resaltar que al ocurrir la batalla de Cerro Corá, 1-marzo-1870, acompañaban al mariscal López varios sacerdotes, entre ellos, el propio padre Fidel Maíz, y que en esta guerra fallecieron por causas militares o de inanición tantos sacerdotes compatriotas y el empobrecimiento de los templos de mucho de su arte de su platería y desde luego de sus campanarios fundidos para cañones.

Pero cabe consignar que la Iglesia Católica paraguaya acompañó el calvario de su pueblo en todo ese lustro bélico y se puede decir propiamente que no hubo abandonos ni deserciones.

Pedro Gamarra Doldán
Investigador
0981 420 114
e_juridico_asuncion@hotmail.com

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