La noticia más importante de la semana pasada ha sido la decisión del Senado brasileño de abrir el juicio político a la presidenta Dilma Rousseff con la consecuente suspensión por 180 días en el ejercicio del cargo.
Casi todos los analistas políticos del vecino país coinciden en que la crisis económica y el escándalo de Petrobras han sido el fermento de la caída de Dilma, pero la causa principal ha sido su absoluta falta de habilidad política para liderar un país gigantesco y complejo como es el Brasil.
Un país con un sistema político tremendamente fragmentado, con más de 28 partidos en el Congreso y con una coalición de apoyo de más de 10 partidos, sin afinidad ideológica alguna entre ellos.
El prestigioso politólogo brasileño Rudá Ricci dice que Dilma “es una tecnócrata, no una política; se encierra en el Palacio, entre informes, y no le gusta el contacto con los políticos ni con los dirigentes sociales, y eso ha sido determinante para que el Congreso le dé la espalda”.
Salvando las distancias, algo parecido a lo sucedido con Dilma en el Brasil, también le ha sucedido en el Paraguay a muchos buenos técnicos que han fracaso en la función pública, por carecer de una mínima habilidad política.
La habilidad política tiene mala prensa, porque casi siempre se le asimila a maniobras inescrupulosas, o se la confunde con una oratoria manipuladora de los hechos.
La habilidad política es... una habilidad, y por lo tanto, es neutra, es decir, que puede ser usada para el bien o para el mal.
Pero es una habilidad imprescindible en toda persona que ocupa o quiere ocupar cargos de dirección, tanto en el sector empresarial, como en la sociedad civil y ni qué decir en la política.
Lamentablemente, esta habilidad no es estimulada ni desarrollada en las universidades y esa es la causa del enorme y estrepitoso fracaso de la mayoría de la gente técnica que ocupa cargos directivos en las empresas o en el gobierno.
Hoy en día, en los Estados Unidos se cuestiona severamente a las grandes Escuelas de Negocios, que se limitan a enseñar economía, márketing, finanzas, y operaciones, y hacen muy poco para desarrollar la habilidad política de los estudiantes.
Los problemas surgen cuando estas personas técnicamente muy bien preparadas ocupan cargos de dirección y tienen que lidiar internamente con sus jefes, con sus pares y con sus subordinados, y externamente con el Gobierno, con los competidores, con la prensa, con los proveedores y con los clientes.
Pueden tener la mejor formación técnica, pero si no tienen habilidades para manejar estas relaciones, van a fracasar, con toda seguridad.
Las habilidades políticas son básicamente tres: la primera habilidad es la “conciencia política”, es decir, la capacidad de entender el entorno que les rodea, identificando a los diversos actores, sectores o fuerzas que pueden apoyar o oponerse; la segunda habilidad es tener “capacidad de influencia y de persuasión”, es decir, la capacidad de escuchar, de hablar, de explicar y de vender ideas; y la tercera habilidad es la “capacidad de manejar conflictos”, porque el conflicto es la esencia de la vida en sociedad y un dirigente tiene que tener la capacidad de mediación y de negociación, de diálogo y de creatividad, para encontrar soluciones a los diferentes problemas.
Además de la habilidad política existen otras habilidades y conocimientos que un dirigente debe tener, pero si no tiene conciencia política, si no tiene habilidad para comunicarse y si no tiene capacidad de negociación, no tiene las capacidades básicas para ocupar un cargo de dirección.
Recordemos siempre que para ejercer con éxito un cargo de dirección, además de la idoneidad y la ética, la habilidad política es imprescindible.