16 abr. 2024

La familia que vive junto a las aguas más salvajes del planeta

Consideradas por muchos las más peligrosas del mundo, las aguas que rodean al mítico cabo de Hornos, en las que se cree murieron 10.000 marineros y se hundieron 800 barcos, tienen hoy en día a una familia chilena, la única que puebla la isla del mismo nombre, como particular ángel de la guarda.

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El cabo de Hornos fue descubierto en 1616 por los marinos holandeses Willem Schouten y Jacob Le Maire.

Foto: EFE

Hace ya dos meses que el marino Andrés Morales, su mujer y sus tres pequeños hijos viven en soledad en el faro del “fin del mundo”, que alumbra a parte del pasaje de Drake, unión más austral de los océanos Atlántico y Pacífico, con la Antártida en el horizonte.

Pero antes que ellos fueron los Aguayo, los Caneda o los Roel: familias encabezadas por un alcalde de mar o capitán de puerto al que la Armada de Chile encomienda cuidar del entorno durante un año.

“Mi función principal es salvaguardar la vida en el mar de todos los navegantes de buques de todo tipo que transitan en este lugar. Darles información meteorológica, de tráfico marítimo y mantener, proteger y cuidar este hermoso parque”, cuenta a Efe Andrés junto a la puerta de la casa.

De noche, el faro guía a los navegantes que pasan por el cabo, con frías y tormentosas aguas que pueden provocar inmensas olas y salvajes vientos que durante siglos han puesto en apuros a los más hábiles expedicionarios.

“El lugar es precioso, y es una oportunidad única que a mí y mi familia nos brinda la Armada de Chile”, sentencia Morales, elegido por esa institución de entre una veintena de candidatos para desempeñarse hasta el próximo noviembre, cuando cederá el testigo a otro colega.

Pero, ¿cómo hacen para sobrevivir a varias horas de distancia de la civilización?

La Armada se encarga de acudir en su ayuda o en la de cualquier navegante en caso de emergencia, y cada dos meses llega un buque con provisiones y víveres.

Una visita que rompe la rutina

Una visita que rompe la rutina y que casualmente se produjo la noche previa al desembarco de Efe en la isla, lo que hizo que la familia trasnochara más de la cuenta y que ni la esposa de Andrés ni Martín, Amanda e Isidora, de ocho, cinco y dos años, respectivamente, tuvieran fuerzas para enfrentarse a una cámara.

No es fácil llegar al cabo de Hornos (el más cercano a la Antártida a excepción del pequeño archipiélago Diego Ramírez), descubierto en 1616 por los marinos holandeses Willem Schouten y Jacob Le Maire, quienes lo llamaron Kaap Hoorn en honor al puerto del que partieron en su país.

Además de recóndita, fría y ventosa, la isla y sus 30 kilómetros cuadrados están sujetos a habituales temporales que impiden arribar de forma segura, a pesar de que los barcos de hoy nada tienen que ver con las precarias embarcaciones de antaño.

Si uno no viaja en cargueros ni participa de competiciones náuticas o tiene un barco privado, la opción es un crucero turístico.

“Hoy día sigue siendo uno de los lugares más inhóspitos. Tempestuoso y peligroso. Con importancia de la biodiversidad. Sobre esta isla hay muchas especies de plantas y líquenes y musgos que pueden crecer aisladamente en este lugar remoto”, explica a Efe Enzo Mardones, guía del crucero Australis, que hace la expedición turística entre Ushuaia (Argentina) y Punta Arenas (Chile).

Entre septiembre y marzo, los barcos Ventus y Stella, con más de 200 personas a bordo, se adentran durante cinco días en los más recónditos paisajes patagónicos, mezcla de mar, montaña y glaciares.

Al acercarse a la isla de Hornos, con la ayuda de botes, ya en tierra los pies llevan al monumento del albatros, que honra a los marineros muertos y le da al visitante la importancia simbólica de alcanzar “el fin del mundo”.

Siguiendo un sendero delimitado, ya que gran parte de la superficie está protegida, se observa también una placa que recuerda el desembarco del marino británico Robert Fitz Roy en 1830 y el monolito del “marinero desconocido”.

En otro extremo, el faro y la casa familiar, con varias habitaciones, sala de radio y control de radar, teléfono e internet satelital y equipos para transmitir los datos meteorológicos. A su lado, una capilla dedicada a Stella Maris, virgen de los navegantes.

“Son todos los días acá en la isla. Sin bajar a ninguna parte. Se vive de una forma especial”, remarca el farero, convencido de los beneficios de vivir como “antiguamente” y disfrutar en familia.

Haberse mudado en pleno verano austral -la educación de los pequeños corre cargo de sus padres, pero supervisada por autoridades chilenas- ha facilitado las cosas a los Morales, ya que aunque no hace calor, el clima es más benevolente que en julio o agosto.

Con la apertura del Canal de Panamá, en 1914, el apogeo de la que durante cuatro siglos fue una de las principales rutas comerciales del mundo cayó, pero “doblar” el Cabo de Hornos, con las dificultades que ello conlleva, sigue haciendo de los intrépidos navegantes... verdaderos hombres de mar.

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