En tanto, en nuestro país, la lucha entre estos signos antagónicos también se torna evidente. Pues no solo están los grupos como del Frente Guasu que buscan instalar leyes similares, sino que además el ciudadano debe lidiar con un sistema de salud precario, en el que conseguir una consulta, cirugía de urgencia o cama de internación resulta un verdadero calvario. Esto solo por mencionar un aspecto de entre tantos.
Y uno se pregunta: ¿Es posible vivir con esperanza? o, ¿cuál es la razón de nuestra esperanza frente a tantas situaciones negativas? El ser humano siempre espera algo, así fue creado en su naturaleza; es una característica ontológica que le permite caminar.
Se trata de un valor que requiere sustento razonable para fortalecerse. Y así como el dolor, que no puede ser extirpado, ni de uno mismo ni de los demás, con discursos o exposiciones teóricas, de igual manera la esperanza no se instala con versos ni lindas palabras; requiere de una experiencia en primera persona para ser real.
Un factor clave es el presente, pues –como dice el teólogo y pensador contemporáneo, Luigi Giussani– la esperanza ante el futuro nace de una certeza presente. Y pone como ejemplo que la esperanza de llegar a construir el piso 60 de un edificio se basa en la certeza de alcanzar los 59 pisos anteriores. Por ello, desde la perspectiva cristiana, explica que la esperanza frente al futuro nace de la seguridad de la existencia del Dios encarnado y presente; es decir, podemos esperar llegar al piso 60 solo si estamos seguros de poder construir los 59 anteriores. De lo contrario, sería sueño y no esperanza. Es el caso de la pareja que tiene la “esperanza” del cambio del otro en forma mágica sin ningún sustento presente, o del joven que espera un futuro mejor, pero no hace nada hoy.
Por ello surge la necesidad de una educación en la esperanza; aquella que proponga un compromiso con la realidad presente para esperar un futuro distinto; que impulse el cambio personal que luego se proyectará al social. El respeto de la dignidad del ser humano, sea enfermo o sano, vendrá con una educación humana, con el fortalecimiento de la familia como primera educadora en el amor propio y al semejante; nacerá del protagonismo de los padres como los principales transmisores del significado de la vida, con el cual se puede comprender el porqué vale luchar por el más indefenso o el considerado un desecho.
Cuenta Melisa, una amiga médica, que le tocó visitar a un joven que había sufrido su segundo ACV. Le costaba mirarlo pensando en las secuelas que iba a sufrir. Luego entra una doctora saludando: “¡Hola, Giorgio!”. Y entonces, el hombre deja de llorar, abre los ojos y balbucea: “Hola”. Ella reflexiona: “Esta doctora le llamaba por su nombre, le mostraba todo su afecto. Eso valía más que todo mi escepticismo sobre su futuro. La esperanza es eso: sentirse amado”, remarca. Es decir, una experiencia presente y real.
Y una mirada de esperanza es posible no en soledad; resulta clave el dejarse acompañar por personas que ayudan a mirar lo esencial. En el filme El señor de los anillos, Frodo es rescatado por su amigo Sam antes de ser devorado por la atracción engañosa del anillo. Frodo percibe que si bien su destino era transportar la poderosa pieza, no podría hacerlo solo. Su fortaleza y esperanza era tenerlo a Sam junto a él. Algo que vale la pena considerar y aprender.