La reacción virulenta de la ya ex mandataria, que denuncia un “golpe de Estado parlamentario” y promete una oposición feroz al nuevo “gobierno golpista” de Michel Temer. El discreto, y en apariencia inofensivo, vicepresidente centrista de Rousseff salió como el gran vencedor del primer asalto de la crisis.
Esperó el peor momento de aislamiento y debilidad política de la que era su socia para precipitar su caída y acabar heredando en bandeja su presidencia hasta el 2018.
Aunque su victoria podría ser de corto alcance debido a sus propias debilidades.
Su legitimidad, formalmente indiscutible en el plano constitucional, está muy fragilizada por su polémico acceso al poder y por las etiquetas de “traidor”, “conspirador” y “golpista” que le colocó Rousseff.
Tanto que este político de detrás de bastidores, poco conocido por los brasileños, es igual de impopular que la misma ex presidenta.
Además, está la espada de Damocles del escándalo de corrupción en el gigante estatal Petrobras y sus devastadores giros, que han salpicado de lleno a su partido PMDB. Él mismo ha sido citado por varios acusados, sin consecuencias judiciales hasta el momento.