16 dic. 2025

La comedia liberal: Una versión canadiense

Se cumplen 50 años de la edificación del monumento en honor a Roman Shukhevych en Edmonton, Canadá. El nacionalista ucraniano y colaboracionista nazi en la Segunda Guerra Mundial es tan solo uno de los más o menos 2.000 que el país refugió tras el conflicto. Tampoco es el único monumento de este tipo allí. El homenaje a Shukhevych estaba financiado por los contribuyentes canadienses durante el gobierno del Partido Liberal de Pierre Trudeau, padre del actual primer ministro, Justin. En 2019, la estatua fue vandalizada. Dejaron una inscripción: “Escoria nazi”. Dos años después, otra: “Nazi real”.

Hace una semana correligionarios de Trudeau (ante la anuencia del resto de las fuerzas políticas) llevaron al Parlamento al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, en otra muestra de apoyo en la guerra que el país de Europa oriental libra contra Rusia. Pero, además, a instancias del Speaker de la Casa de Representantes, Anthony Rota, allí estaba un anciano venerable de 98 años que, a diferencia del homenajeado medio siglo atrás, está vivo y orgulloso de su pasado: Yaroslav Hunka, un conspicuo integrante de las Waffen SS alemanas, en su ucraniana División Galitzia, el escuadrón de combate nazi que fue responsable de masacres en todo el frente de guerra europeo, incluida Ucrania. Recibió una ovación, de pie y estruendosamente.

Este acto para nada fallido, luego de críticas de la comunidad internacional y de sus adversarios domésticos (que no protestaron previamente por la presencia de un posible criminal en el Parlamento, ni por la extensa historia de Canadá como refugio de oficiales nazis), obligó a Rota a renunciar este martes, y pone ahora en jaque al propio gobierno de Trudeau, altamente criticado por sus atolondradas e infructuosas cruzadas contra China e India, además de Rusia. “¿Es Justin Trudeau el primer ministro más incompetente en política exterior de la historia de Canadá o solo el más incompetente de los últimos 50 años?”, se pregunta el editor del Toronto Sun, Lorne Gunter; mientras la amplia mayoría de los periódicos liberales de la ciudad, de Ottawa y Vancouver, hasta donde pueden, miran para otro lado ante el tamaño desnudamiento no ya del Partido Liberal como histórico colaboracionista de los colaboracionistas ucranianos, sino de la apaciguada y complaciente sociedad canadiense toda.

Trudeau ensayó una tímida palinodia, para raudamente jugar la baza histórica del liberalismo cómplice del fascismo en Canadá, una enseñanza paterna: lo “realmente importante” es hacer frente a la propaganda y la desinformación rusas, no la connivencia con el fascismo dentro de sus fronteras. Nadie duda de que Rusia –como automáticamente lo hizo, soltando el bulo de una estampilla oficial en homenaje a Hunka, supuestamente lanzada por Ucrania– aprovechará este que es más que un simple traspié: una vergüenza mundial.

Nadie, se suele decir en esta época de dataísmo masivo, resiste un archivo: el historiador sueco-estadounidense Per Anders Rudling, experto en los dramas identitarios e históricos de la Europa del Este postsoviética, explicó entre otras cosas el vínculo del liberalismo canadiense, y de la familia Trudeau en especial, con la protección y la propaganda de los nacionalistas ucranianos desde los albores de la posguerra. Es decir, resulta absurdamente imposible que el primer ministro desconociera la calaña del ovacionado SS en el hemiciclo parlamentario de Ottawa, dada la tradición política (y genética) de la derecha de su país en considerar héroes a criminales de guerra.

Lo “realmente importante”, en suma, siempre fue la cobertura de nazis por parte del liberalismo multiculturalista (y pop) –nacido con Trudeau padre y actualizado con su hijo– que gobierna Canadá a fuerza de cinismo y espectáculo consumista solo de apariencia tolerante: la tragedia de hace 50 y más años, que hoy se repite como la comedia de la democracia liberal de nuestro tiempo. “No hay peor fascista que un burgués asustado”, decía Bertolt Brecht.

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