Esto ya le pasó a la diputada ultracartista Rocío Abed en el 2022, cuando avergonzó a todas las mujeres al manifestar de manera indigna su lealtad política: “Yo muevo la colita ahí cuando le veo a Horacio (Cartes) porque me compró, conquistó mi corazón con cariño y liderazgo”. Fue en vergonzoso coro con la diputada Del Pilar Medina, quien se humilló en los mismos términos: “Nos dicen perritos de Cartes. Sí, yo soy perrito de ese señor...”.
En su afán por defender la gestión económica del Gobierno, Abed utilizó nuevamente su curul de diputada para agregar nuevas frases a la parodia política. Esta vez, para refutar a los medios de comunicación y a la oposición “que repiten todos los días que el Paraguay está mal, que estamos peor que nunca, que no hay futuro. Si uno les creyera, tendría que pensar que el país está vacío, apagado, y que nadie tiene un guaraní en el bolsillo”. Luego describió que en la calle se encuentra otra realidad. Mencionó como ejemplos la Expo de Mariano Roque Alonso, donde los “patios de comida colapsaron” y que la crisis que existe es de “sillas y mesas porque la gente estaba comiendo, comprando, disfrutando. Consumiendo, circulando el dinero”. Luego se preguntó: “¿Eso es lo que hace la gente en un país quebrado? Salir a gastar en latte (de) vainilla y cheesecake”. Es el análisis de una diputada que gana 14 salarios mínimos, y que, junto a su esposo, el titular de Itaipú, perciben al mes G. 200 millones mensuales.
Las reacciones en las redes sociales fueron furibundas. Y como todo político que se equivoca y no tiene la valentía de defender su postura, apeló a la vieja excusa del “me sacaron de contexto”. El video de su exposición está in totum en internet, como documento inexcusable de su desatino.
Cuando aún humeaba en el horizonte la indignación por el caso Abed, el más millonario senador del actual Parlamento, Luis Pettengill, agitó el escenario con su frase sobre la carne. En un intento por defender al sector ganadero (del que es parte como dueño de un frigorífico) ante las críticas de su colega Yolanda Paredes por los precios elevados de la carne, dio a entender que el pueblo no puede aspirar a consumir los cortes de primera y que hay más baratos como el puchero. Cuando se le dijo que el pueblo también tiene derecho a consumir milanesas, preguntó entre perplejo y soberbio: “Pero ¿de carne prémium?”. Como si fuese una osadía tal pretensión de las clases bajas.
NADA NUEVO BAJO EL SOL. El escándalo Abed/Pettengill no es sino la contradicción de la representación “popular”. Ambos, aunque de origen distinto, defienden intereses y privilegios que distan mucho de las angustias de las clases desposeídas. Ella es fruto de la vieja política corrupta, prebendaria y clientelar, y el otro, proveniente de una familia acomodada durante la dictadura, empresario de la construcción con fuertes vínculos con el Estado. Sin duda, su capacidad económica fue clave para ingresar al Congreso de la mano del ex presidente Mario Abdo Benítez, ubicándose entre los diez más votados, siendo un outsider.
Los desaciertos de ambos confirman que una vida privilegiada desconecta de la realidad. Pero ellos son apenas la punta del iceberg de una clase política cada vez más alejada de las necesidades de los sectores más vulnerables, que ni siquiera pueden tolerar las críticas que ponen sobre la mesa las duras condiciones de la gente común, esa a la que vendieron espejitos con sus promesas.
Pero no es por azar este comportamiento. La vida opulenta es un poderoso narcótico. La clase política se distancia de la gente a medida que aumenta sus privilegios. Tienen salarios altos, resuelven sus problemas financieros ubicando a toda su parentela en el Estado, hacen negocios y negociados. No tienen idea del sufrimiento diario porque no utilizan el transporte público, ni van a los hospitales porque tienen seguros vip y sus hijos asisten a colegios top.
No les alcanza la sanción de la Justicia porque la tienen sometida. El privilegio de la impunidad.
La política (avalada por el establishment económico vinculado a los contratos del Estado, y una burocracia venal a sus pies) es el camino más corto para acumular riqueza y consolidar el poder.
¿HAY SALIDA? Ante semejante descaro, deben surgir e imponerse los liderazgos que no solamente antagonicen con esta cofradía descarada e inmoral, sino que represente genuina y decididamente los deseos, sueños y necesidades de una población que busca y entiende la política como una herramienta democrática para mejorar la calidad de vida de la sociedad.
Abed y Pettengill han marcado la hoja de ruta que hay que contradecir.