No termino de asombrarme. En la calle, gente a la que no conozco me ataja y felicita: "¡Que buen trabajo periodístico! ¡Suerte que lo encontraste vivo!”. Pero hay colegas, políticos de oposición y activistas de derechos humanos, que medio en broma y medio en serio, me recriminan: "¿Tenías que encontrarlo? ¿Y ahora, qué hacemos...?”.
No termino de asombrarme. El periodista Enrique “Kike” Galeano es el primer desaparecido a quien hemos hallado vivo, el pasado 11 de julio en Sao Paulo, Brasil, luego de una larga vigilia de manifestaciones y pancartas. ¿No debería ser una celebración de la vida, mas allá de creer o no en su relato de sobreviviente?
Los desaparecidos son la herida más cruel y dolorosa de la inseguridad ciudadana. Cuando un ser humano se disuelve en el aire, queda la duda: ¿Está vivo o muerto? Los que ejecutan la desaparición tienen el recurso fácil de negarlo todo, pues no queda evidencia física, no hay cuerpo del delito. En los familiares y amigos queda un luto eterno en el alma, un duelo que no se acaba porque no hay cadáver para enterrar y la incógnita se prolonga en el futuro: ¿Estará secuestrado o escondido? ¿Lo veremos otra vez?
Ahora me dicen que el hallazgo de Galeano vivo es una hazaña periodística. No sé. Me hubiera encantado hallar vivo al doctor Agustín Goiburú, el valiente médico que desafió a la dictadura stronista, cuyos restos siguen perdidos desde que se disolvió en las criminales fauces del Plan Cóndor, el 9 de febrero de 1977. O a los diez campesinos del Caso Caaguazú, que se perdieron quizás para siempre en la noche de la represión, aquel fatídico 8 de marzo de 1980.
Más cerca en el tiempo, me encantaría encontrar viva a Gilda María Estela Vargas, la empresaria secuestrada el 28 de agosto de 2003, cuya ausencia sigue siendo una dolorosa espina en el corazón. O a Nicasio Ramón Montiel y Juan Bautista Sánchez, dos campesinos del asentamiento Yvy Maraney, al norte de Concepción, que nunca volvieron a casa desde el 21 de enero de 2000, presuntamente ajusticiados por un conflicto de tierras y cuyos restos continúan sin ser hallados.
¿Qué han hecho los hombres del Gobierno -los mismos que ahora celebran con tanto jolgorio la aparición de Enrique Galeano por parte de la prensa-, para hallar a cualquiera de estos y muchos otros desaparecidos?
El hallazgo de Kike no cambia la historia. Quizás existan agujeros negros en su relato, episodios que parecen fantásticos, pero también hay detalles certificados por testimonios sólidos, como aquel incidente en que el diputado Magdaleno Silva atropelló su casa revólver en mano, o la guardia policial que le impuso para protegerlo de una presunta amenaza de sicarios, dos meses antes de su desaparición, acerca de la que testificaron sus vecinos, y fue admitida por uno de los policías, Felipe Escobar, en el expediente judicial. Estas situaciones no han sido investigadas en profundidad, y menos aún aclaradas.
Además, hay otra realidad que tampoco cambia con la aparición de Galeano. La realidad de una vasta región dominada por la mafia del contrabando y el narcotráfico, apadrinada por caudillos del oficialismo colorado, que cual señores feudales deciden sobre la vida y la muerte de la población más humilde, con una larga lista de desapariciones y asesinatos que permanecen en absoluta impunidad.
Esa es la realidad que el caso Enrique Galeano ayudó a hacer visible y a traer a la luz. ¿Será que ahora, porque él está vivo y porque se duda de algunos aspectos de su historia, volveremos a olvidarnos de la dramática realidad de Yby Yaú y otras regiones de Concepción y Amambay? ¿Vamos a dejar que el árbol nuevamente oculte el bosque?
Finalmente, quiero reivindicar la acción de los compañeros del Sindicato de Periodistas del Paraguay (SPP), de quienes hoy muchos se burlan porque se les cayó la bandera de la aparición con vida de Kike Galeano. Varias veces les cuestioné que no hayan sido lo suficientemente rigurosos en analizar las pistas del caso, o que sus acusaciones no tuviesen fudamentos más sólidos, pero creo que hicieron lo que tenían que hacer: reclamar con toda la energía posible ante la desaparición de uno de sus miembros.
Si alguna vez -Dios no lo quiera-, me encontrara en una situación de riesgo o de amenaza, me gustaría que mis colegas periodistas pongan el mismo celo y la misma pasión en defenderme, como lo han hecho con el caso Galeano.