En solo 12 horas, los trabajadores de la salud –contó– le mostraron el rostro más deshumanizante del seguro social. El rostro más insensible en un servicio colapsado, que requiere –por la gravedad de los pacientes– un trato más afable, más humano, más empático con los familiares.
A Gladys Ríos se le quiebra la voz al intentar hablar de lo que vivió con su padre en las primeras horas de internación en emergencias del IPS. Su padre, con un cuadro de chikungunya y derrame cerebral, requería los servicios inmediatos. Debido al trajinar urgente desde Isla Pucú, Cordillera, hasta Asunción, vino con casi las manos vacías: sin sillas, sin sábanas, sin nada. Solo ella y su padre en una ambulancia que costó G. 1.300.000. Ella viajó sin los enseres que se requieren para la estadía en el intento de albergue.
Su padre tiritaba de frío en la camilla. Ella no tenía ninguna sábana y menos alguna cobija. En su desesperación abrazó a su padre para intentar darle calor. Pidió ayuda al personal de blanco y solo recibió una cruel indiferencia como respuesta.
Mientras recordaba el maltrato, se le llenaron de lágrimas los ojos. Pausó un rato la entrevista. Aclaró, que el trato debe ser más humanizante. Pero Gladys rescató la solidaridad de los familiares que viven en el albergue. Una mujer le ofreció silla y compañía, cuando la vio parada frente a emergencias. Y agradeció que ese espíritu persista en medio de la adversidad.
¿Por qué escribo sobre la historia de Gladys Ríos? Porque su caso es solo uno de las malas experiencias y refleja el maltrato que se sufre como asegurado en un seguro ya rebasado y sin previsión. Porque revela el maltrato de cada día que permea en todos los servicios del seguro médico.
La insensibilidad del IPS –como institución– no solo se refleja en el maltrato verbal, sino que también en la indiferencia, en las deficiencias del servicio de salud, en la escasez de medicamentos, en la falta de insumos básicos –como suero o hilos para cirugías–, en la odisea que viven los acompañantes bajo un tinglado. Porque es eso, un tinglado, y no un albergue.
A José Acosta, Gladys Ríos y Lorena Riquelme –entrevistados para la nota Radiografía de un seguro social en decadencia y con pésima cobertura–, el IPS le mostró su peor faceta de un albergue sin paredes, sin sillas, sin climatización, y, principalmente, con falencias en la limpieza.
Más allá de las peripecias de la infraestructura básica, a ese trajinar, se suman los gastos diarios de medicamentos que van en un promedio de G. 500.000 a G. 1.000.000. Una historia que se repite desde hace años. Una historia que no tiene respuestas, pese a los intensos reclamos. Una historia sustentada en la falta de previsión del principal seguro de los trabajadores.
Insisto, estamos a solo dos meses de las elecciones generales y espero que estos casos de denuncias de deficiencias que siguen permeando en el IPS nos permitan elegir mejor. O nos permitan alzar la voz y reclamar un mejor seguro social, más humano, más solidario y con una cobertura integral. El IPS se convirtió en un servicio médico marcado por el maltrato al enfermo, por la escasez de medicamentos, de insumos y el eterno trajinar para mendigar salud.
El IPS mantiene una deuda pendiente con los asegurados, una deuda que se arrastra desde hace años, una deuda que aumentó en pandemia.
Y, especialmente, en esta época de campaña electoral, la principal pregunta es: ¿Cuándo el IPS dejará de ser un mero botín político? Con este hecho que causa indignación surgen las preguntas: ¿Cuándo el IPS aplicará un plan que contemple una atención digna a pacientes y familiares? ¿Algún día mejorará el trato al aportante?