Yo no puedo alcanzar ninguna satisfacción, cantaban los Rolling Stones, en su estilo provocativo.
Y creo que reflejan una realidad: ni la banalidad del consumismo individualista ni el voluntarismo agobiante de la política del “bienestar total” logran darnos satisfacción.
Quizás sean muy egoístas, pero ya es algo reconocer lo que la hipocresía social trata de ocultar a cada paso: ¡la enorme insatisfacción que causa la cultura de la autodefinición del ser, de la constante deconstrucción que nos ofrecen como sinónimo de libertad!
Estamos viviendo tiempos de verdadero cinismo; para corroborarlo, solo ver los consejos de un Froilán Peralta a los jóvenes que lo destituyeron y la hipocresía de sus amigos, típica de muchos paraguayos que tienen esta moral de “comer bien con tal de saber compartir la plata pública”, pero que luego detestan a los que son pillados poniendo en práctica su “principio” moral.
Sin embargo, el problema no son solo los Ramírez Zambonini y sus doscientos ahijados, o la izquierda que se llena la boca con discursos moralistas sobre la no discriminación y luego discriminan descaradamente a quienes piensan distinto a ellos.
El problema es que nuestra educación hoy es tan pobre y fragmentada que no nos permite vivir a la altura de nuestros deseos más genuinos de felicidad, los cuales están en el origen y el fin de todo este movimiento humano llamado peregrinación, de forma esperanzada, pero también están en el origen de conductas crueles como la de la madre que por venganza ahorcó a su hija en estos días.
Leamos mejor noticias como la de los “capitalistas” Zuckerberg que decidieron donar el 99% de su fortuna a causas sociales, las últimas balaceras en EEUU, los atentados terroristas de París que tuvieron como cabecillas a “islamistas” consumidores de drogas y de juegos de guerra de internet de los suburbios europeos...
En el fondo de todo esto se encuentran las mismas preguntas sobre el sentido de las cosas que tanto censuran los gurús del bienestar total.
El factor posibilidad no puede ser descartado de la educación integral y en nuestra cultura sí hemos aprendido a considerarlo, junto a la interdependencia que existe entre la belleza del infinito y los límites de nuestra humanidad.
Por eso vamos a Caacupé y no es exagerado decir que la paraguaya es una cultura realista e imitable.
Bastaría tomarla más en serio.