Acompañemos la oración con las buenas obras, con un trabajo bien realizado, con el empeño por hacer mejor aquello en que queremos la mejora del amigo.
Esa actitud ante Dios abre también camino a un aumento de fe en el alma. “Es solamente en la oración, en la intimidad del diálogo inmediato y personal con Dios, que abre los corazones y las inteligencias (cfr. Hech 16, 14), donde el hombre de fe puede ahondar en la comprensión de la voluntad divina respecto a su propia vida”, y a todo lo que a ella atañe. Pidamos con frecuencia al Señor que nos aumente la fe.
El papa Francisco, al respecto del Evangelio de hoy, dijo: “Los discípulos no pueden curar a un niño; debe intervenir el mismo Jesús que se queja de la falta de fe de los presentes; y al padre del niño que pide ayuda le dice que “todo es posible para el que cree”.
Los que quieren amar a Jesús, a menudo no arriesgan demasiado en la fe y no se confían totalmente a Él: Pero ¿por qué esta falta de fe? Creo que es el corazón, que no se abre, el corazón cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control. Es un corazón, por lo tanto, que no se abre, que no le da el control de las cosas a Jesús.

Cuando los discípulos le preguntan por qué no podían sanar al joven, el Señor dice que aquella “especie de demonios no pueden ser expulsados por nada, excepto por la oración”.
Todos nosotros tenemos un poco de incredulidad en el interior. Es necesaria una oración fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda hacer el milagro. La oración para pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria, debe ser una oración que involucre, que nos involucre a todos.
(Del libro Hablar con Dios y S.S. Francisco, 20 de mayo de 2013, homilía en de Santa Marta).