07 feb. 2025

Herido el padre, muerta la identidad

Siempre me ha llamado la atención el escrito del loco Nietzsche acerca de la “muerte de Dios”.

Para fastidio de sus seguidores, su fundamentación no implicaba una alegría “liberadora”, sino todo lo contrario, era la elegía de un alma triste y desesperada ante el mundo que se le desmorona y desestructura por completo, sin la presencia de aquel Padre poderoso y misericordioso que lo ordena todo para bien en la tierra y en el cielo.

En la línea posmoderna y canceladora woke, los hijos espirituales de Nietzsche se obsesionan con censurar, acallar y borrar de la cultura figuras y símbolos de lo que consideran un mundo opresivo que debe morir para que nazca el nuevo hombre, dotado de superpoderes. Su desconfianza hacia la naturaleza humana se vuelve prepotencia y agresividad a medida que se acerca a la figura del padre de familia.

Entre las sombras oscuras de la no-cultura, del nihilismo, la figura del padre se encuentra desdibujada, transfigurada y herida de muerte. Y, como una consecuencia inesperada del crimen que creen validar con cantitos feministas sobre el macho opresor, en sus ataques homicidas a la imagen del padre de familia, trágicamente son los agresores los que se desangran con gritos de agonía.

Alguno se volverá y preguntará: “Pero ¿qué hemos hecho?, ¿quiénes somos ahora?”. Resulta casi iconográfica la constatación de que herido el padre, los que quedan sin esencia y sin resguardo son los hijos homicidas. El suelo, la raíz, la estructura personal, las relaciones entre el yo, el tú, el mundo y la trascendencia, el sentido de aventura y de misión que mueve toda obra, toda creación… todo se quiebra, todo se hunde en un temor paralizante.

¿Quiénes sonríen ante tal atentado irracional de nuestro tiempo? Los manipuladores de siempre. El poder controlador detrás de los poderes decadentes que están llevando a los chicos a renegar de sí mismos al renegar de sus padres.

Es que es importante ese hombre de carne y hueso que a su ser padre apareja un sentido del deber, de pertenencia, un amor condicional, ciertamente (en complementariedad con el amor incondicional de la madre); ese hombre pequeño que se agiganta en su tarea cotidiana, a través de sus persistentes esfuerzos y sacrificios por proteger, proveer y guiar, colocando estelas en el camino de sus hijos.

Es verdad, no todos los padres tienen esta sensibilidad, esta grandeza de alma, esta aceptación de su deber. ¿Acaso no hay mujeres malas o hijos parricidas también? Ello no justifica este atentado. El ser humano es un misterio, pero no es oscuridad. Uno asumirá su ser padre hasta la muerte, otro huirá cobardemente. ¿Pero esto justifica el ataque y la cancelación de lo que da sustento de masculinidad a la sociedad y a la nación? No. No se puede matar al padre de familia sin desgarrar el corazón de la estructura y moral social.

La identidad expresa la continuidad de ese ser uno mismo, de la conciencia de sí, de la singularidad en conexión armónica con la diversidad a través de creencias, símbolos, valores que en su dinámica enriquecen nuestro ser a lo largo de la historia. El padre es esencial para nuestra identidad.

Quienes quieren convertir en simple masa laboral descartable a la comunidad viva de una nación, atacan al padre de familia y pervierten a los hijos. Su estrategia es la intriga, la instigación, la impostura, la mentira como herramienta ideológica. Sus cómplices, partes insanas de la sociedad y el Estado. Sus frutos, la desconfianza, la incomprensión, la demonización y el odio hacia el varón y padre de familia. Sus enemigos, la razón y el sentido común.

Si queremos una sociedad mejor, con identidad y valores, recuperemos la presencia de ese sencillo y común padre de familia; dejémoslo ser, vivir y llevar con dicha la guía moral, el resguardo material y la educación de sus hijos. Apoyemos al padre de familia en su desarrollo personal. Ni el Estado, ni los docentes, ni otros pueden reemplazarlo. Fortalecido el padre, revivida la sociedad.

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