Porque podemos elegir ver el vaso medio lleno, y valorar que por primera vez un obispo de la Iglesia Católica hace referencia a la violencia en contra de mujeres y de niños. Y no es poca cosa, porque lo hizo ante millares de personas en la misa de Caacupé, y otros millones lo escucharon gracias a la transmisión de la radio, la televisión y a través de internet.
En una “Carta al pueblo” leída al finalizar la misa central de Caacupé, el obispo Ricardo Valenzuela pidió acabar con la violencia contra la mujer, niños y ancianos; dijo que ninguna persona que se precie de ser católica y venerar a la Virgen de Caacupé debe infravalorar a la mujer. Hablando muy en serio, fue una frase fuerte, viniendo de una autoridad de una institución que históricamente ha ninguneado a las mujeres, justo por eso es superimportante.
Valenzuela exigió que la violencia contra la mujer y las niñas se detenga, y después dijo: “Debemos eliminar la violencia contra la mujer y hacemos un llamado a acciones urgentes en todos los niveles de los gobiernos hasta las personas que impulsan cambios para prevenir que no haya ni un solo feminicidio más, ni uno solo”.
Es tan visible el problema social que implican los feminicidios, que hasta un obispo ha pronunciado la palabra que muchos niegan o rechazan.
Es tan grave el problema social que implica la muerte de mujeres y niñas que el tema ha encontrado un lugar –muy relevante– al lado de reivindicaciones políticas como la renegociación del Tratado de Itaipú; la crisis de la tierra, la falta de trabajo, la desigualdad social y el peligro de que la gente se canse de esperar respuestas de parte de la clase política y económica.
Y vale la pena recordar en este momento que, en lo que va de este 2019 son más de 40 las mujeres que han sido víctimas de feminicidio; mujeres que han muerto porque en algún momento el sistema decidió que ellas no eran importantes, y no las protegió; ni a ellas ni a sus hijos.
El obispo de la Diócesis de Caacupé citó el Catecismo de la Iglesia Católica, diciendo: “Sabemos que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor”. Sip. Habló de igualdad y de que las mujeres tienen dignidad; y eso significa básicamente que no está bien que nos discriminen, que nos paguen menos por hacer iguales tareas que los varones, que nos agredan por la calle, que nos violen, que nos maten…
“Sin embargo, asistimos día a día a episodios que atormentan nuestra conciencia cristiana; episodios de violencia extrema contra la mujer y contra niños indefensos, además de atropellos a la dignidad de estas personas en los ámbitos de la Justicia, la salud y la educación…”, sostuvo monseñor.
Volvamos pues al vaso medio lleno, en vez del que está medio vacío. Puede que haya quienes no estén satisfechos con las expresiones, pero así como están las cosas últimamente en el país, todo puede ser de ayuda.
Imagínense la cantidad de gente que escuchó al obispo condenar la violencia contra las mujeres y cuántos lo escucharon decir “¡Ni un feminicidio más!”.
A esa misa es casi seguro que habrá asistido más de un golpeador de mujeres y niñas, que habrá escuchado la proclama del obispo como si estuviera lloviendo... Sin embargo, existe la posibilidad de que mujeres víctimas hayan escuchado también cuando el obispo habló de igualdad y dignidad. ¿Y quién sabe?, de las que estuvieron ahí y tienen fe, y ganas de que las respeten, de que ya no las violen, ni amenacen, ni golpeen, y entonces hacen algo para cambiar su mala suerte.
Por esa posibilidad, vale la pena reconocerle al obispo Valenzuela lo que dijo en la misa de Caacupé.