Fujimori, de 86 años, falleció este miércoles en la casa limeña de su hija Keiko. Lo hizo en libertad tras una polémica decisión que le permitió abandonar la prisión en diciembre pasado.
Apodado Chino por sus rasgos orientales, a pesar de ser descendiente de japoneses, nació en 1938 y ejerció un gobierno de mano dura en Perú entre 1990 y 2000.
En la primera ocasión venció como candidato antiestablecimiento al escritor Mario Vargas Llosa y fue reelegido otras dos veces en medio de denuncias de fraude.
Había detentado un poder casi absoluto tras dar un “autogolpe” el 5 de abril de 1992, cuando disolvió el Congreso e intervino el Poder Judicial, apoyado en las fuerzas armadas y en una estrategia de su asesor de inteligencia, Vladimiro Montesinos, eminencia gris del régimen.
Con cuatro condenas judiciales por crímenes contra la humanidad y corrupción –la mayor de ellas a 25 años de cárcel– y con su salud debilitada, pasó los últimos años visitando hospitales.
Fujimori era un “héroe” para muchos peruanos y “villano” para otros.
“El gobierno de Fujimori fue el punto más bajo en toda la historia de Perú por la conducta del acusado y por hacer tabla rasa de cualquier tipo de reglas e institucionalidad y normatividad”, opinó el sociólogo Eduardo Toche cuando fue condenado.
“Para él no existía ningún marco legal, el marco legal era el de su voluntad y la de sus amigos, nada más”, dijo a la AFP.
Fujimori cultivó un estilo autoritario con su perfil de hombre frío, desconfiado y poco comunicativo. Gobernaba con un criterio de cofradía secreta, rodeado de un pequeño círculo de colaboradores. Uno de los episodios que le dio más rédito político fue la liberación de rehenes en la residencia del embajador de Japón por el MRTA, en abril de 1997.
Luego de 122 días de toma guerrillera, 71 de los 72 rehenes fueron liberados (uno murió). Los 14 rebeldes fueron abatidos en un operativo militar que recibió elogios de muchos gobiernos y cuestionamientos de grupos de derechos humanos.