El director James Mangold abre la película enfrentando sin miedo dos de sus mayores desafíos: la nostalgia de quienes vimos hace varias décadas la trilogía inicial y sufrimos nuestras expectativas con su retorno en El Reino de la Calavera de Cristal, y la edad del protagonista.
La cinta arranca con una aventura enmarcada hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, y pone inmediatamente a El Dial del Destino en el tembloroso terreno de las comparaciones con sus aventuras previas.
Ford tiene 80 años. La película no trata de ocultarlo: lo abraza, mostrándolo con su vejez sin tapujos y lidiando con frustraciones personales muy íntimas cuando introduce a Indiana en 1969, año en el cual transcurre la parte central de la historia.
Indiana ya no tiene la agilidad ni la fuerza que tenía en 1981, pero no ha dejado de pelear contra los nazis, y proyecta el mismo aire de cuando luchaba contra ellos buscando las tablas de los diez mandamientos o el cáliz de la última cena.
La obra sigue a Indiana y Phoebe Waller-Bridge (Fleabag) como Helena Shaw, hija de un viejo colega y amigo del arqueólogo, que deben resolver los rompecabezas dejados por Arquímedes para completar la Anticitera antes que el matemático nazi Mads Mikkelsen, interpretado por Jürgen Mikkelsen.
Shaw es la ahijada de Jones, con quien él no mantuvo contacto desde su infancia, y muestra con suficiencia un carácter arrogante similar al del protagonista. La banda sonora se mantiene fiel a las originales, y sus notas instrumentales acompañan y ponen en relieve las emociones de cada escena. La escenografía es hermosa, mientras seguimos a Indiana y Shaw a través del globo. El Dial del Destino no puede mantener la intensidad de la trilogía inicial, pero a diferencia de El Reino de la Calavera de Cristal, sí mantiene su espíritu, y narra una aventura atrapante en la cual Indiana Jones se rescata a sí mismo del fracaso de su precuela.