29 abr. 2024

En París hubo mucho más que 12 muertos

Por Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py

En la historia de casi todas las grandes religiones del mundo se registran periodos de intolerancia fanática que sembraron muertes y sufrimientos terribles. Hoy florece una sorprendente violencia religiosa alimentada por el fundamentalismo teocrático de grupos islámicos. El mundo occidental conoció el significado de la palabra fatwa en 1989. Era el decreto firmado por el Ayatola Khomeini, de Irán, que ordenaba el asesinato del escritor Salman Rushdie por publicar la novela Los versos satánicos. El autor británico vive oculto hasta hoy, pero varias librerías que tenían su obra fueron incendiadas y el traductor de la novela al japonés fue asesinado. Desde ahí reina una no reconocida autocensura.

Hace unos diez años un diario danés publicó caricaturas de Mahoma. La religión musulmana prohíbe reproducir imágenes del profeta. Un dibujo satírico es, con mayor razón, una blasfemia criminal. Las amenazantes reacciones de indignación fueron exuberantes en todo el islam.

Estos hechos generaron un intenso debate sobre la existencia o no de límites a la libertad de expresión. Por supuesto que existen. Algunos legales, incluso. Pero también existen otros ligados a la ética y la responsabilidad editorial. En una columna de 2006, planteaba que la libertad de expresión no es sinónimo de libertad de agresión. ¿Aceptaríamos, acaso, en nombre de aquella, que un humorista satirizara a las víctimas del Ycuá Bolaños? ¿O que algunos diarios árabes publiquen, como represalia a las tiras sarcásticas del semanario francés, dibujos de Hitler compartiendo la cama con Anna Frank?

Pero una cosa es cuestionar si el contenido de una publicación es más o menos ofensivo a alguna religión y muy otra aceptar que el terror imponga la censura o la muerte de quienes expresan opiniones diferentes. En las democracias occidentales se distingue entre el poder civil y el religioso. Estos problemas los resuelve la justicia terrenal bajo el imperio de la ley y la igualdad de los ciudadanos. Lo contrario nos depositaría en el Medioevo, donde el derecho estaba subordinado a la religión.

Lo terrible de estos ruines atentados de grupos integristas radicalizados es que nutren el discurso de la derecha xenófoba europea e incrementan el miedo al “otro”, a lo “desconocido”. Cerca de 1.500 millones de personas de todo el mundo profesan la religión islámica y la inmensa mayoría es pacífica. A su vez, las complejas sociedades europeas asumieron el reto de unificar culturas, monedas y fronteras venciendo resistencias racistas y ultranacionalistas.

El atentado parisino golpea a quienes apuestan a la convivencia. Las similitudes entre los extremos violentos retroalimentan el odio y debilitan las posiciones de respeto y tolerancia. En París hubo mucho más que doce muertos. La libertad y la humanidad también fueron víctimas.

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