Por Patricia Lima
lima@uhora.com.py
No hace frío. Comenzamos mal. Buscábamos el San Juan perfecto, con todos los juegos tradicionales. Un San Juan “a lo yma” (a la antigua), para hacer la crónica perfecta. Pero hoy no hace frío. Ya nada es como antes.
En las gradas de la canchita se van instalando grupos. El animador hace chistes, pocos se ríen. Dos chicos prenden una pelota tata para la foto y la tiran en medio de la cancha. Nadie se inmuta. El que la prendió le da dos, tres patadas, y la chuta hacia el fondo. Frustrado intento. La bola de fuego, resabio criollo de las hogueras del solsticio europeo que buscaban darle más fuerza al Sol, se extingue en un rincón. Tampoco logró encender aún el ánimo de la fiesta.
“Me pasa todos los años, siempre tengo ganas de ir a un San Juan, pero apenas llego me acuerdo de que es un fastidio”, comenta uno en la fila, esperando hace veinte minutos por un mbeju. Una típica del San Juan es que vas a esperar mucho para conseguir la comida típica que pediste. La pailita ennegrecida por el carbón del brasero no deja de cargarse con la mezcla de almidón, grasa y queso. Pero el número de cocineras nunca da abasto para cubrir el antojo de los comensales.
“El San Juan es como un emblema, no podemos dejar pasar una tradición tan significante para nuestro país”, explica, con orgullo, Sergio Espínola (22), uno de los estudiantes del tercer curso de la Escuela Nacional de Educación Física, quienes el miércoles fueron los anfitriones de la fiesta en el patio de la Facultad. Sin un despliegue desbordante, la organización del evento les consumió los 600.000 guaraníes que tenían ahorrados del fondo del curso. Alquilar el equipo de sonido, comprar los ingredientes para las comidas, los adornos, los materiales de los juegos, “todo es gasto”, explica otro de los organizadores, Luis Benítez (22). Esperaban recuperar la inversión al final de la velada. A mitad de la noche, no les iba mal. Ya habían vendido unos cuarenta mbeju, treinta asaditos y como cincuenta empanadas y pajagua mascada.
“Queríamos hacer todos los juegos típicos, pero es mucho gasto. Íbamos a poner el yvyrasýî (palo engrasado), pero no conseguí el palo. Para el tata ári jehasa (caminata sobre las brasas) acá no se consigue mucha leña y el carbón es muy caro”, justifica el joven ovetense, quien desde hace cinco años vive en la Capital. De la rama de un árbol cuelga Judas, al que un “chistoso” le agrandó el bulto de la entrepierna con una botellita.
“Acá en la ciudad ya es diferente. Es más moderno. Para el toro candil, en lugar de la piel de vaca, se usa un pasacalle. El cuerno ya no es cuerno, cualquier cosa que conseguís nomás; un palo de escoba con trapo enrollado le pusimos”, comenta. Igual, asegura que la diversión de preparar el vacuno fue la misma que sintió hace seis años, cuando armó su último toro, antes de dejar su comunidad. Esta vuelta tardaron dos horas en construir el armazón.
Tres chicas y dos muchachos con cuerpos que son un agasajo a la vista presentan un show al ritmo de reguetón. De golpe las graderías se llenan y todos los que estaban deambulando se prenden.
En un costadito de la cantina, doña Pércida se sienta. Es momento de un descanso. Lleva agachada sobre el brasero el tiempo de preparar 40 mbeju. Le pasa la posta a su hermana. Laura Miranda, su hija, desborda su entusiasmo veinteañero en un torrente entreverado de frases, contándole a la cronista que adora el San Juan, que es una tradición que no se tiene que perder, que no hay nada que se le compare, que es una pena que los jóvenes lo dejen de lado, que no hay en ninguna otra parte del mundo, pero que no sabe preparar el mbeju, por lo cual le trajo a su tía y a su mamá para que ayuden.
Tradición. Algunos referentes de la cultura local nos dan la clave sobre la forma en que las tradiciones persisten. La identidad no se mantiene por la pureza del molde, sino por el disfrute que genera el sentirse parte de algo. “El San Juan es una fiesta tradicional que la gente disfruta porque se mantiene en la memoria colectiva y gustativa. Ahora tendrá un sesgo más comercial, pero está viva”, cavila la poetisa Gladys Luna.
“Sí, antes era diferente, solo polca escuchábamos”, comparte Pánfila.
“Ahora si no es reguetón no le levantás el ánimo a la gente”, interviene enérgica Andrea Sanabria (18), quien ya se cambió el top y las medias del red con los que encandiló en el escenario. Sigue reflexionando: “Los juegos típicos ahora son los electrónicos, eso es lo que a la gente le gusta. Se acepta la tecnología, pero que no se deje de lado la tradición. Para mí, lo que no se tienen que perder son el yvyrasýî, los kamba y aquí nuestro amigo”, postula y le hace un guiño al impasible Judas, que todavía no explota.
Pero el músico Cecilio Marín (80), con casi siete décadas en los escenarios de fiestas populares, cree que, en realidad, en toda tradición siempre se conjuga lo antiguo con lo moderno. “Siempre se mezclan ritmos para motivar. Nosotros tocábamos una hora de folclore y por lo menos 15 minutos de vals o bolero, porque la gente quiere bailar”. Era antes. Es ahora.
El ritmo de salsa cambia por una polca y una pareja del segundo año despliega sus pasos típicos, con una gracia encantadora. De la misma forma que con el reguetón el público vibra en aplausos. “Cómo baila Fran, baila re bien olúo”, se escucha un comentario entre dos musculosos muchachones. El San Juan perfecto: el que nos refleja, el que nos divierte, el que nos reúne.