Con actitud kamikaze salen a las calles a pasear, se aglomeran y se apachurran en fiestas clandestinas como si no hubiera un mañana. Comparten vasos, botellitas y tereré como si todavía fuera 2019.
Sucedió este fin de semana, por lo que sabemos en Asunción y en Central, la gente salió a pasear y aprovechar el calorcito antes de que volviera el frío polar.
En Instagram las fotos y videos mostraban un escenario pre-Covid, con gente joven, simpática, aglomerada irresponsablemente. En todos los escenarios descritos antes hubo un detalle en común: Nadie tenía puesto el tapabocas.
A los asociales y ermitaños del mundo nos cuesta entenderles, y entender sus ganas de juntarse. Ya que, si somos rigurosos debemos aceptar que esto sucedió durante toda la crisis por la pandemia.
La gente nunca dejó de aglomerarse, e incluso la fiscalía hizo el teatro de imputar a algunos por violar la cuarentena. Aunque todos sabemos que siempre llegaron muy tarde, además de habernos demostrado que en realidad los paraguayos no somos todos iguales ante la ley. Recuerden, la boda de la hija de un ex presidente o aquel empresario que volvió de un viaje y no hizo la cuarentena como los otros que fueron encerrados en cuarteles. Todos son síntomas de un país profundamente desigual.
Aparte de los que no soportan no juntarse están los otros, una inmensa mayoría que es obligada todos los días a aglomerarse en el transporte público. Ellos no tienen elección, pues deben ir a trabajar y sufren el castigo de un Estado paraguayo que no les garantiza su derecho a movilizarse de forma segura. Un estado débil ante los empresarios del transporte que hacen lo que quieren y siempre acaban recibiendo el subsidio. Un subsidio que no sale del bolsillo de los politiqueros sino de los bolsillos del pueblo paraguayo, de nuestros impuestos.
Las autoridades del país se merecen una mención especial. Nunca, desde que comenzó la pandemia, el gobierno hizo una campaña educativa y comunicacional; y si no hubiera sido por los medios de comunicación y por los periodistas, la gente no habría aprendido sobre el virus y cómo cuidarse.
Ahora pasamos a un estadio igual de peligroso. Con la actitud triunfalista por la vacunación masiva han comenzado a esparcir mensajes que pueden resultar muy peligrosos. Porque, si bien es cierto que no esperamos que nos metan miedo, y también que necesitamos un poco de esperanza en medio de tantas muertes, tampoco es para andar diciendo que dentro de poco ya podremos salir sin mascarillas y que estamos saliendo de la zona roja. Es cierto que fueron cuatro meses muy difíciles de soportar y hoy podemos sentirnos como sobrevivientes de un naufragio, pero haber dicho aquello fue una invitación a la perrada a que saliera en desbandada a seguir aglomerándose sin tapabocas y sin mantener las distancias.
No son buenos los triunfalismos cuando estamos sobreviviendo con las donaciones de vacunas. Y sobre todo, cuando se está complicando el proceso de completar el esquema de vacunación con las segundas dosis. Tampoco es inteligente subestimar las nuevas variantes del coronavirus que aparecen cada semana.
De las autoridades se espera que sean cautas en sus mensajes a la población, ya que no invirtieron ni un guaraní en campañas de comunicación. Se espera que sigan repitiendo las recomendaciones de mantener los cuidados, porque no sé si recuerdan, pero seguimos siendo Paraguay, el país con un sistema de salud raquítico.
El relajo no es bueno, ni para la ciudadanía ni para las autoridades. Superar esto será responsabilidad de todos.
Salir a farrear y no cuidarse es ser kamikaze. Lo mismo que dormirse sobre los laureles después de haber vacunado –con una primera dosis– a un porcentaje mínimo de la población y sobrevivir con donaciones.