04 sept. 2025

El quién y el cómo

Paraguay es un país de poca memoria. Perdonamos rápido las ofensas y también esperamos que nos perdonen con la misma velocidad. Esta semana, reflexionamos sobre qué significa hacer memoria.

La búsqueda de contenido sobre la última dictadura militar nos dirige indefectiblemente a un solo relato: El del horror, que claramente ocurrió. ¿Qué hay de las resistencias ante el autoritarismo por más de 35 años? ¿Qué hay de las historias de amor, o de quienes se conocieron y acompañaron en el encierro, o en la tortura, o en el exilio?

Cuando estas historias no son contadas, nos enfrentamos –de forma casi inevitable–, a la construcción de un relato único. Y no puedo imaginar algo más lejano a la realidad. Los sobrevivientes del régimen stronista siguen luchando hoy, 36 años después, pero pocas veces son buscados para hablar de sus luchas actuales.

Ayer, fue el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas. De nuestros desaparecidos, hablando de desmemoria, poco y nada sabemos. Empezando por el número: Se registran 425, pero pocas veces se nombra el subregistro. En realidad, no sabemos cuántos son. ¿Cuántos casos sin denunciar habrá? ¿Cuántas personas de lugares alejados o vulnerables nunca volvieron?

En las dos últimas semanas, varias personas se pronunciaron acerca de una obra de teatro, un solo performático, digirido y desarrollado por una persona que es pariente de un delincuente de la dictadura stronista. En escena, la artista aborda su propia investigación y su trabajo a partir de un corpus de textos encontrados en el Archivo del Terror.

Fue criticada por algunos y defendida por otras, pero lo que queda es la pregunta: ¿Qué significa el respeto (o no) a la dignidad de la memoria de los sobrevivientes y de los que dieron su vida por un país mejor? ¿Quién puede (y quién no) hacer memoria? ¿De qué manera?

En este punto citó el análisis de Paola Ferraro, que introduce un matiz crucial que faltaba en el debate: La memoria no como monumento estático, sino como un ecosistema vivo, tensionado y necesariamente incompleto. Desde esta perspectiva, la desobediencia de la artista no es una afrenta, sino una pieza más –compleja y incómoda– en el vasto mosaico de la memoria colectiva.

El relato único, aunque sea el de las víctimas, corre el riesgo de petrificarse. La inclusión de la voz de una descendiente que rompe con el mandato de silencio de su linaje no busca lavar culpas ni erigir héroes; busca interrumpir la narrativa de la indiferencia.

Esto no exonera a la obra del riguroso escrutinio ético. Su valor real emerge porque su performance logra ser un acto que invita a hablar sobre la memoria desde la sensibilidad de los afectos. En ese sentido, su historia personal –que nunca fue negada– pasa a segundo plano.

En un contexto donde el Estado Paraguayo sigue fallando en su deber de memoria, justicia y reparación, donde el olvido es una política activa, la lucha por la memoria no puede darse el lujo de rechazar aliados inusuales.

La memoria colectiva no es un club con membresías exclusivas. Es una tarea perpetua y plural. La fuerza para evitar que el pasado se repita puede venir de muchos lugares. El objetivo común –frenar el olvido– es demasiado urgente como para dejar fuera a ningún relato que, desde la honestidad y la autoconciencia, contribuya a mantener viva la premisa: Nunca más.

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