En este acto con el que Francisco cierra su visita de dos días a Chipre, el Papa escuchó la palabras de varios jóvenes llegados de Sri Lanka, Camerún, Irak y Congo que le conmovieron, mientras varías decenas de migrantes se agolpaban fuera de la iglesia.
Francisco les aseguró que las palabras de San Pablo son más actuales que nunca “como si hubieran sido escritas hoy para nosotros: Ustedes no son forasteros, sino conciudadanos”.
La voz de los migrantes
La ceremonia se celebró en la iglesia de Santa Cruz, que se sitúa justo al borde de la llamada línea azul, donde se encuentran los cascos azules de la Naciones Unidas, y que demarca la frontera con la parte ocupada del país por los turcos en 1974. Una construcción, cuya primera piedra se colocó en 1900 gracias a los franciscanos y la familia real española y por ello en el techo se puede observar su escudo.
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“Como persona alejada de mi hogar, mi familia, mi pueblo, mi gente y mi país, a menudo me preguntan quién soy. Las preguntas no pretenden herir, pero se sienten como golpes. "¿Quién eres?” "¿Por qué estás aquí?""¿Cuál es tu estatus?” "¿Esperas quedarte?” "¿A dónde vas a ir?"", preguntó un chica durante su intervención.
Y continuó: “Normalmente debo elegir ‘xenos’, extranjero, víctima, solicitante de asilo, refugiado, migrante, pero lo que quiero gritar es: persona, hermano, amigo, creyente, vecino”.
Ante el Papa, un joven camerunés aseguró: “Soy alguien herido por el odio. El odio, una vez experimentado, no se puede olvidar. Me ha cambiado. El odio adopta muchas formas horribles. Está el odio que lleva a un ser humano a usar un arma no solo para disparar a otro, sino para romperle los huesos mientras otros miran”.
Mientras que un chico de Sri Lanka testimonió: “Soy alguien que está en un viaje. He tenido que huir de la violencia, las bombas, los cuchillos, el hambre y del dolor. Me han obligado a recorrer carreteras polvorientas, me han metido en camiones, me han escondido en los maleteros de los coches, me han metido en barcos, engañado, explotado, olvidado, negado”.
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Pero afirmó que su viaje ha sido también “hacia algo”. “Viajo cada día, ansiosa por alcanzar un nuevo destino. Un lugar seguro y saludable, un lugar que ofrezca libertades y opciones, un lugar en el que pueda dar y recibir amor, un lugar en el que pueda practicar mi fe”.
Las migraciones: La guerra de nuestros días
Al final de su discurso, el Papa improvisó porque aseguró que no podía “callar” ante esto y afirmó que el drama de la migración hacia Europa es “la guerra” de nuestros días y los “campos” en el norte de África son como los campos de concentración del nazismo.
A ellos el Papa recordó los que han podido llegar hasta esta isla en el Mediterráneo, pero también “todos los que se han quedado en el camino” en “este mar que se ha convertido en un cementerio” y a los que “empezaron este trayecto en condiciones durísimas y aún ni han llegado”
Y citó también los centro de detención en el norte de África, “donde las mujeres son vendidas, los hombres torturados, esclavizados” y aseguró que son como los campos de concentración nazis o soviéticos.
“Es la guerra de este momento, es el sufrimiento de este momento, de hermanas y hermanos que lo han dejado todo para salir en una barcaza de noche y sin saber si llegaran o no”, añadió y lamentó que a veces se refiera a estas travesías como “turismo”.
También se refirió a los alambradas colocadas en las fronteras de algunos países “para no dejar pasar los refugiados”.” Vienen a pedir libertad, ayuda, pan, hermandad, alegría y que huye del odio se encuentra ante un odio que se llama alambradas”, dijo Francisco.