Un texto bíblico nos recuerda que “…cuando los Dioses se van… los demonios regresan”. En otras palabras, cuando se prescinde de lo bueno, lo decente, lo legal y justo… vendrá lo opuesto para castigarnos. Con todas sus secuelas.
En cualquiera de los ámbitos en los que se desenvuelve la vida humana, se pretende que rijan los “Dioses”, que nos llevarían hacia la decencia y la rectitud junto a otros valores propicios para una convivencia pacífica y armónica. Es lo que fue postulado cuando el hombre abandonó la multitud desbordada e impredecible, para organizarse como sociedad. Y para que todo fuera de acuerdo a los códigos adoptados, pretendíamos líderes para dirigir o gobernar al colectivo; que otros verificaran que nadie infringiera los códigos de convivencia, mientras algunos nos enseñaban a funcionar dentro del sistema.
Y, finalmente entre todos, se produjera y distribuyera lo necesario para conformar un mecanismo cercano a la satisfacción colectiva.
El proyecto era perfecto. O casi. Porque ya cerca de los 500 años antes de Cristo, un ciudadano llamado Platón lanzó esta advertencia: “Todo se le perdona a un líder, menos que se equivoque”. Aparecían las fallas que nos daban a entender, claramente, que el embrión de los conflictos estaba en el líder. En el sistema de liderazgo.
El colectivo humano había determinado que ellos fueran los mejores; infalibles, probos, casi perfectos, a la hechura de los mismos Dioses. Se pretendía que con ellos y su sentido del honor; junto a otra serie de virtudes, la sociedad funcionaría como debía ser.
Pero allá en las alturas del poder, finalmente la visión se hace borrosa. Y en ese “sitio solitario y ventoso” como escribió Rosa Montero, no suelen llegar los clamores del sufrimiento que sigue lastimando a la mayoría, allá abajo, donde chapotea el resto del colectivo. Obra de los hombres al fin, el sistema comenzó a fallar cuando los líderes empezaron a olvidar por qué estaban donde estaban. Que si aún mejores, no servían de mucho sus atributos, si no se afirmaban en el coraje, en la firmeza de sus convicciones, en el carácter y espíritu de sacrificio para enfrentar e imponerse a los malos.
“Todo se le perdona a un líder, menos que se equivoque…”
A lo largo del camino recorrido en el Paraguay en pos de una convivencia decente, la mayoría de nuestros hombres providenciales exhibieron algunos de aquellos atributos que caracterizan a los líderes. Pero carecieron de lo esencial: La personalidad y el coraje para enfrentar a cualquiera que se opusiera a la Ley y a los buenos propósitos de gobierno. Los ejemplos abundan y dejaron huellas:
1. En 1904, un beligerante Partido Liberal quería terminar con la barbarie de quienes llamaban “soldados de López”. Uno de sus referentes principales, Manuel Gondra, fundamentaba su oposición a todo pacto con la facción derrotada, con estas palabras:
“…en este país no hay moral política, no hay sanción pública, hoy nos codeamos con aquellos que ayer más nos han ofendido... para que la revolución sea eficaz y sirva de lección para el porvenir debe ser una revolución justiciera que castigue los crímenes y delitos del pasado, (porque) una revolución se hace, como es sabido, a costa de sangre”.
Finalmente y con la hegemonía liberal en el Gobierno, Gondra fue consagrado presidente de la República en dos ocasiones. En 1910 y 1920. Renunció en ambas.
En la primera, dos meses después de que asumiera su mandato. En la segunda, apenas un año y dos meses más tarde. En ambas ocasiones, justificó su renuncia alegando que “no quería ver derramarse sangre de paraguayos”. Pero la sangre de nuestros compatriotas se derramó a raudales como consecuencia de sus dos claudicaciones. Porque tras ellas, se produjeron dos de las más nefastas guerras civiles en la historia del Paraguay… ¡con millares de compatriotas muertos en campos de nadie!
Otras perlas
El Gral. Benigno Ferreira fue el principal responsable del surgimiento de la figura del Cnel. Albino Jara, en la primera década del siglo XX. Levantado este contra la legalidad, uno de los militares leales al gobierno, informaba al presidente que tenía al jefe insurrecto, en la ”mira” de sus cañones. Ferreira negó la orden de disparo con la misma excusa de Paiva. Otra omisión que “por salvar vida de paraguayos”, permitió que el país entero se regara con la sangre de sus hijos.
Después del derrocamiento del Cnel. Rafael Franco, advenido al poder mediante la “revolución de febrero” de 1936, gobernaba el Dr. Félix Paiva en carácter de Presidente provisorio. Hombre versado, único compatriota que presidió los tres poderes del Estado, además de ocupar el Decanato de la Facultad de Derecho y la rectoría de la Universidad Nacional. Kilates que sin embargo se doblegaron ante la Logia Fascista incrustada en el ensoberbecido estamento militar de la posguerra del Chaco.
Durante el gobierno de este ilustrado señor, entre 1937 y 1939 fue secuestrado, preso, bárbaramente torturado y asesinado Félix Agüero, de tan solo 17 años y dirigente estudiantil.
Su cadáver fue encontrado flotando en el río, con la cuenca de los ojos vacía y con detalles de tortura perpetradas con un salvajismo inédito e inaudito. Los mismos esbirros de aquella logia fascista y militar se delataron reclamando el cadáver que había sido recogido y protegido por los estudiantes y profesores en Facultad de Medicina.
A pesar de las evidencias, Félix Paiva no hizo nada para esclarecer el hecho y se negó a llevar a los asesinos ante la Justicia.
Habiendo otros ejemplos más recientes aunque no tan sangrientos, ¿por qué nos extrañaría que en nuestro Paraguay todavía campee cualquier cosa de contramano a la virtud y la decencia?