18 jun. 2025

El empujón para salir del país

Por Alfredo Martínez
Días atrás tuve que renovar mi pasaporte. Me armé de valor y paciencia, fui hasta Identificaciones, pero grande fue mi sorpresa cuando en menos de 20 minutos terminé todo el proceso.
A los 8 días, tal como decía en un aviso, volví para retirar mi documento. Al llegar me reciben 3 jóvenes, cada uno de ellos me ofrece pasajes a España, Francia o Italia. Los esquivé como pude, entré a la oficina y vi un caos de gente esperando, no había fila ni orden.
Ante ese panorama me armé de paciencia y me acerqué a hacer el primer trámite. Para mi sorpresa, me atienden rápidamente.
-¿Va a legalizar señor?, me pregunta amablemente una oficial de la Policía.
- Si quiere retirar va a tener que legalizarlo, me explica mucho más amable todavía.
- Claro, le respondí, pero no entendí el motivo de la pregunta, para mí, si uno pide su pasaporte, es para retirarlo y usarlo.
- Cajas 1 y 3, prepare 75.000 guaraníes, me devuelve a la realidad la voz de otro funcionario que me entrega el pasaporte.
Preparo el dinero justo y como en la ventanilla 3 había menos gente, voy hasta allí, pero me hacen rebotar.
- Primero tiene que pagar en la 1 y después se acerca aquí a la 3, me explica el cajero. De nuevo me quedé sin entender por qué pagar por partes, en 3 cajas diferentes, cuando lo ideal es que nos cobren el monto total en la primera caja y listo. En vez de facilitarnos, nos complican la vida.
Una vez que pagué en la última caja me derivan a una ventanilla donde atendían los funcionarios del Ministerio del Interior, quienes reciben mi pasaporte y me dan la contraseña para retirarlo de la ventanilla de Relaciones Exteriores. Todo el proceso me llevó poco tiempo y por eso no entendía por qué cada vez había más gente esperando en el lugar. Desde que llegué, nadie había salido.
Cuando voy a la siguiente ventanilla entiendo el porqué. Eran cerca de las 8 de la mañana, hacía una hora que la gente empezó a llegar a gestionar la legalización y los funcionarios de Relaciones Exteriores todavía no empezaron a trabajar, los documentos iban creciendo sobre un escritorio mientras ellos hablaban y se reían (de algún chiste supongo) en una de las esquinas. Recién a las 8 de la mañana se disponen a trabajar; lentamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, empiezan a sacar y a acomodar sobre el escritorio sellos, almohadillas y estampillas, mientras entre la gente se notaban rostros impacientes y aumentaba el número de personas y la temperatura en el lugar. Tuve que continuar esperando una hora más para que le pusieran un sello y una estampilla a mi pasaporte, con lo cual quedaba legalizado, pero perdí una parte importante de la mañana.
Al salir del lugar, una persona con el rostro curtido me dice de paso: “Si es que estaba dudando, esta gente me dio la última razón para irme del país”, y se acercó a uno de los jóvenes que seguía promocionando pasajes.