13 jun. 2025

El Buen Pastor

P. Víctor Urrestarazu
vurrestarazu@villamorra.org

“En aquel tiempo, dijo Jesús: –Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.”
Juan 10, 27-30

La figura del Buen Pastor determina la liturgia de este domingo. El sacrificio de Jesús ha dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil. Años más tarde, San Pedro afianzaba a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos.
Las palabras de Jesús a Pedro –apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas– indican que la misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción. Y «apacentar» equivale a dirigir y gobernar. Pedro queda constituido pastor y guía de la Iglesia entera. Como señala el Concilio Vaticano II, Jesucristo «puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión». Donde está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo. Junto a él conocemos con certeza el camino que conduce a la salvación.
Sobre el primado de Pedro –la roca– estará asentado, hasta el fin del mundo, el edificio de la Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo, y, desde ahora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el nombre posterior que reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el que hace las veces de Cristo.
Pedro es la firme seguridad de la Iglesia frente a todas las tempestades que ha sufrido y padecerá a lo largo de los siglos. El fundamento que le proporciona y la vigilancia que ejerce sobre ella como buen pastor son la garantía de que saldrá victoriosa, a pesar de que estará sometida a pruebas y tentaciones.
El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Debemos rezar mucho por el Romano Pontífice, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica: Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue en poder de sus enemigos. Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia entera rogando «con él y por él» en todas partes del mundo. No se celebra ninguna Misa sin que se mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus intenciones. El Señor verá también con mucho agrado que nos acordemos a lo largo del día de ofrecer oraciones, horas de trabajo o de estudio, y algún sacrificio por su Vicario aquí en la tierra.
Recordemos especialmente que dentro de pocos días el Papa estará físicamente mucho más cerca de nosotros, y recemos por los frutos de su próximo viaje a Brasil.