Su conexión con nuestro pueblo fue correspondida por multitudes de católicos y no católicos que lo acompañaron emotivamente en cada uno de los sitios que visitó. Este fue el Papa que nombró a los dos primeros cardenales paraguayos: Adalberto Martínez y Cristóbal López, el arzobispo de Rabat, quien se nacionalizó luego de trabajar durante muchos años aquí.
Fue también Francisco quien firmó el decreto que elevó a categoría de Basílica Menor al Santuario de Caacupé. Francisco desempeñó un rol fundamental en la beatificación de Chiquitunga, un hecho que se convirtió en un puente entre la religiosidad popular paraguaya y la Iglesia universal. El Pontífice mostraba un profundo aprecio por la figura de la joven carmelita.
“Hay un bello feeling entre el pueblo devoto paraguayo y el Papa”, resumió el vocero papal Federico Lombardi, al terminar la visita papal de 2015. Amor correspondido porque el Paraguay amaba al Papa y este, mucho antes de ser el Papa, amaba al Paraguay.
Por eso su muerte tuvo aquí una repercusión tan intensa y extensa. Intensa, pues el próximo pontífice podrá ser italiano, húngaro, filipino o africano; podrá ser un hombre ejemplar e irradiar un gran carisma. Pero difícilmente podrá transmitir la sensación de cercanía y ternura de Bergoglio. Y extensa porque somos el país con el mayor número de católicos con relación a su población. Según el Instituto Nacional de Estadística, el 88,2% de los habitantes afirma ser católico.
Pero su desaparición física es un acontecimiento de resonancia mundial que trasciende las simpatías o aversiones que su figura despertaba. Donald Trump asistirá a sus funerales, pese a sus estilos divergentes y sus diferentes posturas sobre migración, medioambiente y pobreza. También irá Javier Milei, el mismo que lo había acusado de ser “representante del maligno en la Tierra” y “cómplice de los zurdos asesinos”.
Por eso resulta desconcertante que Santiago Peña haya decidido no estar presente en la despedida final en Roma. Es un presidente que se ha pasado viajando. Lo ha hecho en 40 ocasiones. Estuvo fuera del país cerca del 20% del tiempo del año y ocho meses que lleva de mandato. Tantos viajes –muchos de ellos de vidriosa utilidad– le generaron críticas. Pero, justamente, el que debería haber sido su viaje 41 sería el único que no sería criticado.
Si el cristianismo es presencia, era necesario estar junto a Francisco como demostración de dolor y reconocimiento a alguien que le dio, en su voz y sus actos, un destaque privilegiado al Paraguay.
Pero no. Peña prefirió viajar a Nueva York para recibir un premio de una organización no gubernamental judía por su apoyo a Israel. Más allá de la ironía de que el galardón provenga de una ONG –tan odiada por los colorados en nuestro país, esta conexión con Israel ocurre en un momento inoportuno. Benjamín Netanyahu tardó tres días en expresar sus condolencias al Vaticano y el mensaje fue prontamente retirado de las redes. Los esfuerzos del Papa por poner fin a la ofensiva israelí en Gaza explican esa animosidad tan reprobada.
Peña dice que ya tenía una agenda fijada. Algo ridículo, si se tiene en cuenta que cincuenta jefes de Estado y diez monarcas sí modificaron las suyas ante la importancia del evento. ¿Fue un acto de inmadurez ególatra o se priorizó la sumisión paraguaya al eje norteamericano-israelí con la aspiración de hacer méritos para ver si se levantan las sanciones a Cartes? En cualquiera de los casos, un gran error de Peña.