Aunque las causas de estas situaciones son múltiples, entre ellas podemos identificar una que tiene especial relevancia: el desconocimiento que tienen muchas personas de la bondad de nuestro Creador.
“Bien pudiera decirse que el mayor enemigo de Dios –porque se ama a Dios después de conocerlo– es la ignorancia: origen de tantos males y obstáculo grande para la salvación de las almas”[1]. Por el contrario, cuando conocemos su amor por nosotros, cuando descubrimos que Dios sueña con que seamos felices, es lógico quererle sobre todas las cosas, acercarnos a quien es el origen de todo bien. “Nadie hará mal ni causará daño en todo mi monte santo, porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor” (Is 11, 9).
Llenos de reconocimiento y gratitud, podemos unirnos a la oración de alabanza que, como recoge el Evangelio de la misa de hoy, Jesús elevó un día al Padre: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños” (Lc 10,21).
“Mirad, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos”[2]. Aquella promesa de sabiduría para los hombres se cumplió con la venida al mundo de Jesús, sobre quien reposó “el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 1,2). Él sigue dispuesto a dialogar personalmente con cada uno de nosotros para instruirnos, para guiarnos, para alentarnos...
Si nos acercamos al Señor con un atrevimiento de niños, entonces nos revelará su sabiduría y nos dará a conocer sus designios. También nos colmará de paz, de alegría, y nos concederá la fortaleza para sobrellevar las dificultades que la vida nos presenta.
…A la hora de buscar respuestas a los interrogantes de nuestra vida, haremos muy bien en acudir a Jesús. En nuestro diálogo con Cristo no existen inquietudes superfluas ni dudas inoportunas…
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/article/meditaciones-martes-primera-semana-adviento/)