20 abr. 2024

De fachos, zurdos y otras estupideces varias

En tres décadas de ejercer el periodismo me han colgado todas las etiquetas posibles: neoliberal, facho, nazi, progre, zurdo, bolche, patronista, abdista, cartista, luguista, comunista, ateo y burgués.

Es curioso porque los pretendidos insultos suponen un desdoblamiento patológico de personalidad, permitiéndome albergar simultáneamente ideas contradictorias, incompatibles en términos ideológicos, políticos… y siquiátricos ¿Estaré loco?

La verdad es que la vida y la forma como la encaramos difícilmente pueda ser encasillada según esos parámetros caricaturescos del nuevo discurso político, un rejuntado delirante potenciado hasta el vértigo por las redes sociales.

Como si se tratara de una película infantil en la que hay que identificar claramente a buenos y malos, elaboraron una lista de ideas según las cuales las personas están indefectiblemente de un lado o del otro de una línea imaginaria que divide a héroes sublimes de villanos irredentos. No hay café con leche.

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Por decir, cualquiera que se pronuncie a favor del ambiente o las minorías sexuales o del feminismo, o a cobrar más impuestos a los ricos, o a despenalizar el aborto, o del ateísmo o se mofe de la presunta conspiración globalista, es necesariamente progresista, lo que se equiparará a socialista, comunista, bolche, marxista o zurdo.

De igual manera, quien proponga privatizar o eliminar empresas públicas o pida pena de muerte o discuta contratos colectivos de trabajo del Estado o rechace el aborto u odie a los comunistas o demonice las vacunas o crea ciegamente en teorías de conspiración global o considere a Trump un prócer libertario, puede ser agrupado groseramente bajo una misma categoría con todos los demás como facho, gorila conservador o derechoso.

Un disparate. Los seres humanos somos infinitamente más complejos que esta pueril clasificación. Y, lo que es más importante, ninguna de esas ideas nos hace necesariamente buenas o malas personas. A la postre, serán siempre nuestras acciones las que nos definan.

En mi caso, por decir, le tengo un gran afecto a los comunistas convencidos, porque, en general, su doctrina supone que la humanidad es capaz de superar el individualismo natural y alcanzar el éxito produciendo colectivamente, cada quién según su capacidad, recibiendo un determinado beneficio de acuerdo exclusivamente con su necesidad. Me temo que solo sea una cándida fábula infantil que termina convirtiéndose siempre en una pesadilla de ogros ejerciendo el poder mediante la cancelación de las libertades de sus camaradas.

No creo que haya un sistema más eficiente que el capitalismo para desarrollar una economía y generar riqueza, aun con sus muchos excesos y su tendencia inevitable de concentrarla en pocas manos. Ningún otro modelo ha sacado a tantos miles de millones de seres humanos de la pobreza. Así lo entendió el pragmatismo chino, que no tuvo empacho en abrazar el capitalismo en lo económico, aunque cuidándose bien de no acompañarlo de los otros beneficios esenciales que hacen a la democracia liberal.

En medio de estas dos grandes ideas, el liberalismo y el socialismo, hay un amplio abanico de temas en los que indistintamente puedo estar a favor de uno o de otro.

Por otra parte, como no creo en dioses, pongo en duda todas las reglas de moralidad derivadas de convicciones religiosas; no puedo sino reconocer que el ejercicio del poder en manos exclusivas de los hombres ha generado un oprobioso modelo de desigualdad entre los sexos, y mantengo absoluta neutralidad con respecto a lo que la gente pretenda hacer con su vida sexual.

En general, soy un acomodado burgués que disfruta de la vida, que no cree que exista otra y que está convencido de que parte del disfrute pasa por empatizar con los demás seres vivos (no solo los humanos) y hacer lo que esté en mis manos por que también ellos tengan la oportunidad de que su existencia valga la pena.

Y soy solo uno más de los trillones de seres humanos que vivieron, viven y vivirán en este planeta. Pretender encasillarnos es tan estúpido que solo puede responder a las estúpidas campañas electorales del estúpido momento que transitamos.

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