Una de las bases del ethos (teko) deviene de aquello que lo hacemos de manera repetida y sin pensarlo, que por reiterado se hace parte de nuestra cultura. Nuestra característica de país sin costa marítima se siente así más desde nuestra visión insular de las cosas que finalmente nos definen como paraguayos. Eso nos justifica a veces, para bien o para mal, o nos reafirma en eso que Manuel Domínguez había definido como “el alma de la raza”. Pueden venir autoridades extranjeras a amenazarnos con sacarnos la visa de entrada a sus países para que finalmente los colorados elijan a uno de los vetados como candidato a intendente de Ciudad del Este por abrumadora mayoría. Puede venir la autoridad militar más importante para la región de los EEUU a subrayar lo que no le gusta o afecta a sus intereses en la Triple Frontera, pero nada cambiará. Moveremos la cabeza afirmativamente para luego hacer lo que nos canta.
La ex ministra de hacienda de Nueva Zelanda Ruth Richardson vino varias veces por estas tierras para enseñar las buenas prácticas que hicieron de su isla una de las desarrolladas del mundo. Reformas que llevaron su nombre, “ruthanasia”. Los locales escuchaban atentamente como búhos filosóficos, asentían, confirmaban sus hallazgos y se comprometían con llevar a la práctica lo que les indicaba. Se vino como tres veces a Asunción y dejó de hacerlo porque creía que estaba robando a sus pagantes porque los nuestros no hacían nada, repetían todo lo contrario y caraduramente consentían exactamente lo que tenía que hacerse.
Pasa con las visitas de los funcionarios de los EEUU que repiten que la “corrupción mata y pudre la democracia” y los corruptos locales, quienes los secundan, asienten con un rostro adusto y comprometido mientras continúan con lo mismo. La fiscala general Sandra Quiñónez, que presume de su cercanía con los americanos, esta vez no fue convidada a nada pero tampoco le importa mucho. Podrían cancelarle la visa como lo hicieron con otros, pero nada cambiará localmente. “Nuestras costumbres no tienen nada que se parezca a otra nación” dicen los versos de una conocida canción, y tiene razón. Claro, cuando hay contingencias pandémicas esa manera de ser, el “teko” nuestro, nos pasa la factura. Nadie nos atiende, nos prometen pero no cumplen, todos se burlan, solo los bandidos nos citan y debemos jugar a mendigos para detener las muertes por centenares cada día. Ahí nos quejamos de que el mundo no nos entiende, que es codicioso, egoísta y nos desprecia. Lo que no se dice es que eso lo hemos venido cultivando de manera tesonera todos los días de nuestras vidas, con el desprecio a las buenas prácticas. Nos quejamos del contrabando y una de las grandes empresas de contrabandistas hacia el Brasil presume de ser una de las grandes aportantes al fisco. Y no solo eso, su propietario es el árbitro de la política local y su mercado es el país que debe negociar con nosotros la riqueza de Itaipú. ¿Con qué cara iremos a hacerlo cuando además de pequeños geográficamente, no tenemos la grandeza ética para reclamar lo justo? Si queremos cambiar la perversa lógica de un mundo que conspira contra nosotros debemos terminar con nuestros peores rasgos culturales que multiplicados nos privan de participar de la fiesta del mundo y contentarnos con berrinches, mendrugos y amonestaciones reincidentes.
Un país debe ser la suma de sus valores puestos al servicio de todos y lo que tenemos son defectos congénitos que lo colocamos como blasones que definen lo que somos.
Cambiemos antes de terminar pereciendo como moscas sin visa.
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