25 ene. 2025

Conspiración

Luis Bareiro – @Luisbareiro

Peña no cumplió aún cien días en el poder y el oficialismo ya desempolvó su vieja teoría de conspiración según la cual todos estamos alienados a favor o en contra de algunos de los movimientos internos de la ANR y, por lo tanto, cualquier crítica que hagamos responde inexorablemente a esa lógica maniquea. Según esto, la mayoría de quienes votamos en las últimas elecciones y no lo hicimos por el candidato colorado ahora conspiraremos para que al mandatario le vaya mal. Solo alguien colgado del presupuesto público puede creer semejante disparate.

La verdad es que a más del 90 por ciento de los paraguayos que no vivimos del dinero público, que no tenemos cargos en el Estado ni licitaciones públicas ni cualquier beneficio excepcional pagado con impuestos, nos interesa que el presidente Santiago Peña gobierne bien y tenga éxito, le hayamos votado o no. Y nosotros incluso más que esa minoría colgada del presupuesto porque nuestra suerte está atada a la realidad de la economía, no a la ficción rosa que se construye al interior de la burbuja dorada del Estado.

Lo cierto es que para quienes no dependemos de la prebenda política ni del reparto grosero de los privilegios de la burocracia estatal, la lógica es muy distinta. Tenemos alguna preferencia política antes de las elecciones, pero una vez ungido quien fuere, nos agrade o no, esperamos que esta vez sí gobierne para la mayoría. Solo la parasitosis republicana (y la de los otros grupos políticos no se quedan muy atrás) vive pendiente de sus internas porque estas definen su suerte para el siguiente quinquenio.

La vigencia de este modus operandi se prueba con los nuevos acomodos que observamos cada cinco años. Ya hay una nueva legión de operadores políticos, parientes y comunicadores que asumieron cargos en binacionales y oficinas públicas apenas se instaló el nuevo gobierno. La sacralidad del zoquete es eterna.

Estos beneficiarios o perjudicados poselectorales siguen siendo, empero, una minoría. La mayoría somos meros observadores, además de financistas involuntarios. Me incluyo porque creo que mi caso debe ser el del grueso de la población, un electorado que en un porcentaje tristemente alto ni siquiera vota. No estoy afiliado a partido alguno, pero desde que tengo edad para sufragar voto por cualquier candidato que pueda derrotar al partido colorado. Y –contrario a quienes hablan de odio– lo hago por una cuestión de sentido común, porque los republicanos llevan un tercio de siglo en el poder y hoy somos uno de los países más pobres y corruptos del mundo. No hay mucho que agregar a eso. Tras las elecciones, sin embargo, espero casi cándidamente que el electo –esta vez– sí priorice los intereses de la mayoría y no las conveniencias de quienes le financiaron la campaña. Una vez que llegó ya poco y nada nos importa su origen. Un presidente puede triunfar electoralmente con un escasísimo margen y ganar rápidamente apoyo y popularidad si gobierna para todos o, por el contrario, arrasar en unas elecciones y perder toda legitimidad a velocidad de vértigo si actúa solo en beneficio de su círculo de acólitos y financistas.

La mayoría queremos a un presidente Peña que ejerza el poder anteponiendo los intereses de la colectividad. Queremos a un presidente que priorice políticas públicas cuya ejecución suponga un cambio en la calidad de vida de la gente, no un secretario gerenciando las urgencias de su padrino político.

Es legítimo que Horacio Cartes busque sacarse de encima las sanciones económicas que le aplicó el gobierno estadounidense. Es lógico que pretenda protegerse de penalidades incluso más graves. Pero es terriblemente peligroso que sus culebrones sean urgencias para el presidente Peña. Y criticarlo cuando actúa dando esa impresión nada tiene que ver con las estúpidas teorías de conspiración que esgrimen la corruptela colorada y los escribas del tabacalero. Es legítima la preocupación por un presidente que apenas está arrancando y que a todos nos conviene que le vaya bien.

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